domingo, 28 de abril de 2013

Democracia y participación / La importancia de las constituciones en la actualidad






Democracia y participación

El auge que ha tenido en los últimos tiempos el debate sobre el ejercicio efectivo de la democracia resulta esencial para comprender los grandes retos que comporta el ejercicio de la política (tanto para quienes gobiernan como para la ciudadanía) a nivel mundial en la coyuntura actual. Así pues, en distintas partes del planeta, la discusión orbita esencialmente en lo atinente al grado de participación que tienen los ciudadanos en la acción de gobierno. Sale a flote la polémica entre lo que supone asumir la democracia representativa tal y como se ejerce en la mayoría de los países hoy día y lo que otrora hicieron posible los griegos mediante su "República".

Si echamos un vistazo a la historia, nos encontraremos con el hecho de que los griegos hicieron posible que mediante el ejercicio de la deliberación pública se canalizaran las demandas políticas de su tiempo. Innegablemente, el ágora, instituida en mecanismo para el debate abierto entre los ciudadanos de la polis posibilitaba un ejercicio de aproximación bastante cercano a la llamada "democracia participativa" o, quizá yendo un poco más allá, configuraba una suerte de modus operandi de "democracia protagónica". Esto, toda vez que entendemos ambos términos al cáliz de lo que significa la democracia en la contemporaneidad, puesto que para los antiguos no se trataba de ello sino simplemente de una República, sin adjetivos.  

A la luz de nuestros días resulta lícito preguntarse por la calidad de la democracia que se está ejerciendo en los diversos países del mundo, a la vez que es plenamente válida la búsqueda -siempre difícil- que se emprende en muchas naciones en pro de generar mecanismos que permitan acercar el poder político a los ciudadanos, herramientas que, al fin del día, los doten de participación en la acción de gobierno. Ahora bien: ¿Es posible instituir una democracia protagónica a rajatabla, al estilo de los antiguos, en nuestros días? ¿Cuáles serían sus consecuencias?

En primer término resulta quimérico e inviable pensar que, con el considerable crecimiento demográfico que han experimentado los países, se pueda poner en marcha en la actualidad un mecanismo de verdadera democracia protagónica que remita al antiguo ágora griego. Con ello aceptamos que el asunto de la representación es ineludible, y se constituye además en la única vía que tenemos para resolver tal dilema en nuestros días. Ahora bien, como se ha señalado más arriba, sería incongruente negar que nuestras democracias ameritan de mecanismos que permitan a los ciudadanos tener un rol más activo en la toma de decisiones sobre la acciones que emprenden sus gobiernos, por lo que la participación debe ser un elemento que necesariamente debe considerarse. Así pues, el empoderamiento de los ciudadanos para que éstos a su vez puedan resolver algunos problemas que surgen dentro de sus propias comunidades puede ser un buen paso de arrancada en este ámbito.

Más allá de la inviabilidad del asunto, el instaurar un sistema protagónico como pretendieron los antiguos nos llevaría a exponer a las comunidades políticas de hoy al mismo naufragio en el que se vio sepultada la polis en el ayer: el convertir a todos los ciudadanos seres que desatendían sus asuntos privados en tanto debían vivir exclusivamente por y para la vida política (pública). Aquí opera una reflexión básica a la que podemos llegar a través de la lectura de Sartori: Si todos estamos dedicados solamente a la política en el ágora, de manera afanosa, ¿Quién se ocupa de producir los bienes de consumo que necesita la ciudad? ¿Quién se ocupa de distribuirlos?. Así pues, sociedades altamente tecnificadas como las de nuestros días, donde el correcto funcionamiento de las mismas depende de que diversos sectores sean motorizados (la banca, las industrias, la agricultura, el transporte, el comercio, las  telecomunicaciones)  dificilmente pueden darse el lujo de pasarse permanentemente el día entero deliberando sobre "lo correcto" o "lo incorrecto", "lo bueno" o "lo malo", "lo moral" o "lo amoral" bajo el sol. De allí que las cámaras parlamentarias y otros organismos de representación ciudadana estén plenamente justificados en la sociedad contemporánea. 

Quien vuelve a exaltar hoy la democracia participativa no recuerda que en la ciudad antigua eran los esclavos los que se dedicaban a trabajar y que la polis se hundió en un torbellino de exceso de política. (Sartori, 2008, pp. 36-37)

En resumen, la democracia viene a ser un permanente ejercicio de construcción, que necesariamente la hace imperfecta. Es, en sí, una búsqueda contínua que va más allá de los adjetivos que muchas veces se le tratan de endilgar (social, económica, etc), en tanto comporta un sentido intrínseco de participación, apertura y deliberación que la dota de una validez indiscutible como sistema político, pero que además necesita canales de representación que la permitan ser efectiva en sociedades tan complejas y numerosas como son aquellas en las que habitamos en la actualidad. 


Importancia de las Constituciones en la actualidad

Explicar el por qué de la vigencia en nuestros días del pensamiento que estipula correcto el acto de crear constituciones y a la vez promueve su respeto a ellas mediante el constitucionalismo, resulta relativamente fácil si consideramos que, hoy como ayer, ambas cosas siguen teniendo su razón de ser en lo que franceses y norteamericanos se plantearon a grandes rasgos: limitar el poder y promover un pacto común que permitiera guiar la organización y atribuciones del estado.

Así pues, mientras luego de la Revolución Francesa el objeto del debate se afincaba en promover un cuerpo jurídico que limitara el alcance del poder absoluto que otrora detentaba el rey, en nuestros días las constituciones desempeñan un papel similar al servir de marco regulador de las atribuciones que puede tomarse un gobernante. El camino del constitucionalismo en Francia viene a ser a la vez el del tránsito de un sistema político (La monarquía, que es llevada a la guillotina) a otro (La naciente República); en nuestros días las Constituciones (o mejor dicho el respeto a las mismas) demarcan similarmente esa dicotomía entre: gobiernos que pretenden ejercer sus funciones sin control alguno (autoritarismos despóticos) y aquellos que someten sus actuaciones a las limitaciones que contempla la Ley (democráticos).

De esta forma, la validez y pertinencia de la existencia de una constitución en cada país parece ser la piedra angular para evitar que, allí donde existe un gobierno, éste abuse de su poder o se extralimite adjudicándose atribuciones que no le competen.

Son la constituciones además las que, más allá de limitar el poder del gobernante, sirven para establecer de manera sistemática la forma cómo debe organizarse el Estado, al punto que determinan su división y dictan la hoja de ruta que deben seguir cada uno los Poderes del mismo para que los sistemas democráticos funcionen correctamente. Aquí cobra importancia el concepto central sobre la separación de los poderes públicos al menos en tres: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, lo cual actualmente se constituye en uno de los puntos de arranque de cualquier democracia moderna, en las que, si éstos funcionan correctamente, uno ejerce el necesario contrapeso sobre el otro para evitar la tentación a la que ya hemos aludido anteriormente: el poder ilimitado del gobierno a través del Ejecutivo.

Ante una eventual extralimitación del poder que quiera hacer de los ciudadanos ya no unos sujetos de derecho sino una cadena de súbditos, se erigen las Constituciones como una muralla, pues éstas resguardan al individuo frente al Estado y le dotan de una serie de garantías básicas que le son inherentes, tales como: el respeto a la vida, a la libertad de expresión, de tránsito, etc.

En resumen, allí donde la posibilidad de la tentación autocrática y totalitaria siga viva, como sucede en algunas partes del mundo, estará plenamente justificada la razón de ser de las constituciones en nuestro tiempo, toda vez que éstas representan una especie de camisas de fuerza ante cualquier eventual desvarío de un gobernante que sueñe con la posibilidad de convertir a sus gobernados en una masa que le pertenece y, que por ende puede manejar a su antojo.
           
 Nehomar Adolfo Hernández

Bibliografía

SARTORI, G (2008). Elementos de teoría política. (6ta Ed.). Madrid: Alianza Editorial.


*Trabajo realizado por el autor para la asignatura "Elementos para el análisis político" de la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar (USB)

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