Democracia y representación
Las
democracias modernas, amén de que progresivamente han venido incorporando
mecanismos que posibilitan la participación directa de las personas en la toma
de decisiones y ejecución de algunas acciones de gobierno, funcionan basadas
esencialmente bajo un esquema donde la representación de grandes grupos humanos
es ejercida por un grupo reducido de personas. De allí que a todas luces, hoy
en día, conseguir un método que posibilite el "gobierno de todos",
prescindiendo de mecanismos de representación, luce como algo quimérico y por
ende inviable.
Tratar
de analogar la República de los antiguos con las complejas particularidades que
entrañan nuestras democracias modernas es bastante difícil. En Grecia el
ejercicio de la política era cuasi obligatorio, en tanto los ciudadanos eran
tales en cuanto primero eran sujetos políticos (que se debían a la Polis y por
ende debían dedicar su vida a construirla a través de una deliberación
permanente con sus pares). Tal ejercicio, evidenciado en las largas horas de
debate que consumían los hombres disertando sobre lo bueno y lo malo en el
ágora, les desvinculaba de otras labores que son esenciales para hacer que las
sociedades, de manera integral, lleguen a buen puerto: la vida familiar, el
trabajo productivo, entre otras.
La
democracia de hoy día, entendida como la forma de gobierno que orienta sus
acciones en función de los intereses de todas las personas que hacen vida en la
nación, no puede pretender que, en sociedades tan grandes y complejas como las
de nuestro tiempo, absolutamente todos podamos adelantar actuaciones de
gobierno. Aquí se parte de reconocer el hecho de que estamos en presencia de
sociedades muy numerosas, y de que por consiguiente es necesaria la escogencia
de un grupo de individuos para que lleven a cabo estas acciones y allí es donde
radica la importancia de la representación
política. Este principio, palabras más palabras menos, es el que de alguna
forma justifica la existencia del Estado moderno y sus ramificaciones.
La
forma más fácil de entender por qué es necesario e ineludible el fenómeno de la
representación en lo político pasa por comprender cómo se conducen las
sociedades modernas: desde que aparece la división del trabajo, hasta su progresivo
perfeccionamiento producto de la especialización en distintos ámbitos que
apreciamos hoy día, es evidente que el hombre -amén de ser animal político al
vivir en comunidad- no puede devenir exclusivamente en un ser dedicado 24 horas
a la política. El que toda la sociedad viva solamente para sumarse al
extenuante y permanente ejercicio de la deliberación para la construcción de
consensos que implican las democracias modernas llevaría a lo que Sartori
describe como ese "exceso de política" que terminó hundiendo a la
sociedad griega.
Ahora
bien, toda vez que se asume que es necesario el fenómeno de la representación
dentro de la política, es ineludible señalar que son los partidos políticos los
principales actores llamados a funcionar como bisagra de vinculación entre lo
que hoy conocemos como la sociedad y el Estado.
En
el entendido de que es el partido político la única organización que asume como
fin último el participar o influir de alguna manera en la conducción del Estado
(lograr una bancada parlamentaria o ganar las elecciones Presidenciales, por
ejemplo), es este tipo de organización -y no otra- la llamada a detentar la
representación de los ciudadanos en la arena política.
Resulta
difícil que otro tipo de organizaciones que indirectamente están vinculadas con
el ejercicio de la política (como podría ser el caso de las ONG's), puedan ser
las depositarias de la representación de los ciudadanos en este ámbito. Esto,
toda vez que, precisamente por la forma de constituirse que tiene este tipo de
asociación, éstas no prevén como
objetivo final el alcanzar puestos de conducción del aparato Estatal.
Así
pues, el partido político como actor representativo de los ciudadanos en las
democracias, lo es esencialmente en virtud de dos cosas: 1) Entiende que el
poder político se ejerce y se articula desde el Estado 2) Es el único tipo de
agrupación que se organiza abiertamente
con el objetivo específico de tomar el poder (o cuotas de éste), contemplando
para ello el alcanzar posiciones de dirección dentro del Estado.
Partiendo
del hecho de que las democracias del mundo moderno comportan en gran medida un
componente representativo y que esta representación necesariamente debe estar
dotada de legitimidad -que se ratifica cada cierto tiempo a través de
elecciones-, los partidos políticos son la estructura orgánica necesaria para
que todo el sistema representativo (donde cada uno de los sectores de la
sociedad pueda verse reflejado) pueda funcionar. Es allí cuando aquella frase
de que "las democracias sin partidos políticos no pueden existir"
cobra plena verosimilitud.
Populismo
El populismo es un fenómeno
estrechamente vinculado con el desarrollo de las sociedades modernas y por
consiguiente atado a la modernización. Tal y como plantea Moscoso (1990, p.
267) el gérmen de este fenómeno puede rastrearse en la entrada en escena de la
llamada sociedad de masas, siendo apalancado además por el crecimiento de las
grandes ciudades (con las complejidades sociales que esto entraña), así como
por la potencia con la que cada vez más han ido creciendo los medios de
comunicación.
De
esta forma, el populismo tiene al "pueblo" como sustrato de su
acción. Esto es, el pueblo como una masa de personas; el pueblo como ese
conjunto uniforme que es susceptible de ser bombardeado por la propaganda
política a través de los medios de comunicación masiva; el pueblo como ese tejido
más o menos parejo que se confunde en un todo durante un mitín.
El
populismo hallará caldo de cultivo en la modernidad, donde encontrará muchas
veces sociedades problematizadas en las que las instituciones no han sido
capaces de canalizar las demandas -siempre crecientes- de algunos sectores y
están sujetas a sufrir procesos de deslegitimación progresiva (partidos
políticos y organismos del Estado), apelando para ello al discurso encendido
que pretende sustituir a estas instituciones por la conexión directa entre las
necesidades de esa masa y el líder carismático que puede solucionarlas.
El
líder populista -carismático por excelencia-, encontrará además en la
modernidad las herramientas para lograr posicionar su discurso en las masas:
medios de comunicación cada vez más tecnificados, que a su vez permiten que la
labor propagandística se facilite y que por tanto posibilitan inyectar en la
sociedad de manera más rápida y efectiva todas las ideas que se pretenden
inculcar.
Por
otra parte, en el crecimiento de las grandes ciudades y asentamientos urbanos
(fenómeno íntimamente ligado al ideal de modernidad) se producen relaciones
entre empleadores y empleados que naturalmente conducen a desigualdades
económicas y de estratificación. Esto buscará ser capitalizado al máximo por el
líder populista, que amalgamará su discurso para atizar la polémica en torno a
las relaciones de dominación que ejerce un grupo sobre el otro, para así lograr
posicionar en el imaginario colectivo la idea de que es posible trascender esta
estructura si se confía en el líder. Esto es, esencialmente, la personificación
del redentor social de los trabajadores y oprimidos.
Un
teórico latinoamericano que advirtió claramente la vinculación entre la
sociedad moderna y el populismo fue el argentino Norberto Ceresole, quien en
conocimiento de que la modernidad entrañaba en el campo político el
cuestionamiento a los partidos y la deslegitimación de las instituciones del
Estado, planteó la tesis donde, partiendo del hombre carismático, era posible
hacerse con el poder a través de un discurso de descrédito al sistema y que,
sin que mediaran partidos políticos ni instituciones, a la vez se privilegiara
la conexión caudillo-ejército-pueblo. A través de la construcción de esta conexión que elimina
las alcabalas de las instituciones y pretende vincular la necesidades del
pueblo directamente con la capacidad de resolverlas que tiene el líder, se pone
en evidencia un fenómeno político distintivo de las sociedades modernas: la
aspiración de que las demandas sociales sean canalizadas de inmediato.
Nehomar Adolfo Hernández
Bibliografía
MOSCOSO, C
(1990). El populismo en América Latina, Centro de Estudios Constitucionales,
Madrid; pp. 267-271.
*Trabajo
realizado por el autor para la asignatura "Elementos para el análisis
político" de la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón
Bolívar (USB).
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