martes, 7 de mayo de 2013

Democracia y representación / Populismo







Democracia y representación

Las democracias modernas, amén de que progresivamente han venido incorporando mecanismos que posibilitan la participación directa de las personas en la toma de decisiones y ejecución de algunas acciones de gobierno, funcionan basadas esencialmente bajo un esquema donde la representación de grandes grupos humanos es ejercida por un grupo reducido de personas. De allí que a todas luces, hoy en día, conseguir un método que posibilite el "gobierno de todos", prescindiendo de mecanismos de representación, luce como algo quimérico y por ende inviable.

Tratar de analogar la República de los antiguos con las complejas particularidades que entrañan nuestras democracias modernas es bastante difícil. En Grecia el ejercicio de la política era cuasi obligatorio, en tanto los ciudadanos eran tales en cuanto primero eran sujetos políticos (que se debían a la Polis y por ende debían dedicar su vida a construirla a través de una deliberación permanente con sus pares). Tal ejercicio, evidenciado en las largas horas de debate que consumían los hombres disertando sobre lo bueno y lo malo en el ágora, les desvinculaba de otras labores que son esenciales para hacer que las sociedades, de manera integral, lleguen a buen puerto: la vida familiar, el trabajo productivo, entre otras.   

La democracia de hoy día, entendida como la forma de gobierno que orienta sus acciones en función de los intereses de todas las personas que hacen vida en la nación, no puede pretender que, en sociedades tan grandes y complejas como las de nuestro tiempo, absolutamente todos podamos adelantar actuaciones de gobierno. Aquí se parte de reconocer el hecho de que estamos en presencia de sociedades muy numerosas, y de que por consiguiente es necesaria la escogencia de un grupo de individuos para que lleven a cabo estas acciones y allí es donde radica la importancia de la representación política. Este principio, palabras más palabras menos, es el que de alguna forma justifica la existencia del Estado moderno y sus ramificaciones.

La forma más fácil de entender por qué es necesario e ineludible el fenómeno de la representación en lo político pasa por comprender cómo se conducen las sociedades modernas: desde que aparece la división del trabajo, hasta su progresivo perfeccionamiento producto de la especialización en distintos ámbitos que apreciamos hoy día, es evidente que el hombre -amén de ser animal político al vivir en comunidad- no puede devenir exclusivamente en un ser dedicado 24 horas a la política. El que toda la sociedad viva solamente para sumarse al extenuante y permanente ejercicio de la deliberación para la construcción de consensos que implican las democracias modernas llevaría a lo que Sartori describe como ese "exceso de política" que terminó hundiendo a la sociedad griega.  

Ahora bien, toda vez que se asume que es necesario el fenómeno de la representación dentro de la política, es ineludible señalar que son los partidos políticos los principales actores llamados a funcionar como bisagra de vinculación entre lo que hoy conocemos como la sociedad y el Estado.

En el entendido de que es el partido político la única organización que asume como fin último el participar o influir de alguna manera en la conducción del Estado (lograr una bancada parlamentaria o ganar las elecciones Presidenciales, por ejemplo), es este tipo de organización -y no otra- la llamada a detentar la representación de los ciudadanos en la arena política.

Resulta difícil que otro tipo de organizaciones que indirectamente están vinculadas con el ejercicio de la política (como podría ser el caso de las ONG's), puedan ser las depositarias de la representación de los ciudadanos en este ámbito. Esto, toda vez que, precisamente por la forma de constituirse que tiene este tipo de asociación, éstas no prevén como objetivo final el alcanzar puestos de conducción del aparato Estatal.

Así pues, el partido político como actor representativo de los ciudadanos en las democracias, lo es esencialmente en virtud de dos cosas: 1) Entiende que el poder político se ejerce y se articula desde el Estado 2) Es el único tipo de agrupación que se  organiza abiertamente con el objetivo específico de tomar el poder (o cuotas de éste), contemplando para ello el alcanzar posiciones de dirección dentro del Estado.

Partiendo del hecho de que las democracias del mundo moderno comportan en gran medida un componente representativo y que esta representación necesariamente debe estar dotada de legitimidad -que se ratifica cada cierto tiempo a través de elecciones-, los partidos políticos son la estructura orgánica necesaria para que todo el sistema representativo (donde cada uno de los sectores de la sociedad pueda verse reflejado) pueda funcionar. Es allí cuando aquella frase de que "las democracias sin partidos políticos no pueden existir" cobra plena verosimilitud.

Populismo

El populismo es un fenómeno estrechamente vinculado con el desarrollo de las sociedades modernas y por consiguiente atado a la modernización. Tal y como plantea Moscoso (1990, p. 267) el gérmen de este fenómeno puede rastrearse en la entrada en escena de la llamada sociedad de masas, siendo apalancado además por el crecimiento de las grandes ciudades (con las complejidades sociales que esto entraña), así como por la potencia con la que cada vez más han ido creciendo los medios de comunicación.

De esta forma, el populismo tiene al "pueblo" como sustrato de su acción. Esto es, el pueblo como una masa de personas; el pueblo como ese conjunto uniforme que es susceptible de ser bombardeado por la propaganda política a través de los medios de comunicación masiva; el pueblo como ese tejido más o menos parejo que se confunde en un todo durante un mitín.

El populismo hallará caldo de cultivo en la modernidad, donde encontrará muchas veces sociedades problematizadas en las que las instituciones no han sido capaces de canalizar las demandas -siempre crecientes- de algunos sectores y están sujetas a sufrir procesos de deslegitimación progresiva (partidos políticos y organismos del Estado), apelando para ello al discurso encendido que pretende sustituir a estas instituciones por la conexión directa entre las necesidades de esa masa y el líder carismático que puede solucionarlas.

El líder populista -carismático por excelencia-, encontrará además en la modernidad las herramientas para lograr posicionar su discurso en las masas: medios de comunicación cada vez más tecnificados, que a su vez permiten que la labor propagandística se facilite y que por tanto posibilitan inyectar en la sociedad de manera más rápida y efectiva todas las ideas que se pretenden inculcar.

Por otra parte, en el crecimiento de las grandes ciudades y asentamientos urbanos (fenómeno íntimamente ligado al ideal de modernidad) se producen relaciones entre empleadores y empleados que naturalmente conducen a desigualdades económicas y de estratificación. Esto buscará ser capitalizado al máximo por el líder populista, que amalgamará su discurso para atizar la polémica en torno a las relaciones de dominación que ejerce un grupo sobre el otro, para así lograr posicionar en el imaginario colectivo la idea de que es posible trascender esta estructura si se confía en el líder. Esto es, esencialmente, la personificación del redentor social de los trabajadores y oprimidos.

Un teórico latinoamericano que advirtió claramente la vinculación entre la sociedad moderna y el populismo fue el argentino Norberto Ceresole, quien en conocimiento de que la modernidad entrañaba en el campo político el cuestionamiento a los partidos y la deslegitimación de las instituciones del Estado, planteó la tesis donde, partiendo del hombre carismático, era posible hacerse con el poder a través de un discurso de descrédito al sistema y que, sin que mediaran partidos políticos ni instituciones, a la vez se privilegiara la conexión caudillo-ejército-pueblo. A través de  la construcción de esta conexión que elimina las alcabalas de las instituciones y pretende vincular la necesidades del pueblo directamente con la capacidad de resolverlas que tiene el líder, se pone en evidencia un fenómeno político distintivo de las sociedades modernas: la aspiración de que las demandas sociales sean canalizadas de inmediato. 

Nehomar Adolfo Hernández


Bibliografía

MOSCOSO, C (1990). El populismo en América Latina, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid; pp. 267-271.

*Trabajo realizado por el autor para la asignatura "Elementos para el análisis político" de la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar (USB). 

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