lunes, 30 de junio de 2014

La socialdemocracia y el modelo de «Estado de Bienestar» europeo: auge y crisis

Presentación y justificación del tema




Luego de los desmanes de la segunda guerra mundial, una parte significativa de Europa quedó en la penumbra, no solamente en el plano material, sino también en el existencial. Muchos países del viejo continente vivieron en carne propia los estragos propios de la posguerra: hambre, destrucción, crisis de instituciones y estancamiento económico, entre una larga lista de penalidades. Allí, bajo la conducción de líderes y partidos de tendencia socialdemócrata, se estructuró un modelo que supo dar las tan necesarias respuestas ansiadas por los ciudadanos europeos para aquel entonces: el Estado de Bienestar.
               
Este modelo, que supo conciliar el ansiado crecimiento económico -tan necesario para que los países entren por la senda del desarrollo- y la generación de mecanismos de justicia social para sus pobladores, se erigió por muchas décadas como una suerte de modelo político-económico de consenso en buena parte de Europa.

Ahora bien, en medio de una debacle electoral de nueva data experimentada a raíz de la crisis económica que arrancó en los Estados Unidos y llegó –globalización mediante- a Europa en 2008, la socialdemocracia del viejo continente y su modelo bandera, el Estado de Bienestar (también conocido como Welfare State), comenzaron a ser vistos con recelo por los europeos, al punto de que en muchos países otrora bastiones del llamado socialismo democrático se produjo un giro hacia posiciones políticas más cercanas a la derecha, en búsqueda de mejores gestores de la crisis. 

Así pues, nos es particularmente atractivo analizar las características que entrañaba el modelo de Estado de Bienestar desarrollado en Europa aproximadamente desde el fin de la guerra (1945) hasta su entrada en crisis como opción mayoritaria para canalizar las demandas de la ciudadanía. De igual forma, pretendemos hacer una evaluación de la actualización de la que han sido sujeto las políticas socialdemócratas en el norte de Europa desde hace algunos años, constituyéndose con ello un nuevo paradigma: el llamado “Modelo Nórdico”.

La escogencia del tema se justifica en el propio hecho de que, en el marco del Estado de Bienestar, Europa no sólo logró reconstruirse en tiempo record, sino que además logró estructurar un nuevo orden dentro de sus países al cáliz de opciones políticas moderadas, distantes, en todo caso, de los cruentos totalitarismos que encarnaron el fascismo y el socialismo real y cuyas ideas estuvieron en la cúspide en la primera parte del siglo XX.
                
Para analizar el tema propuesto echamos mano de la obra titulada “La Socialdemocracia” del Profesor Ludolfo Paramio, destacado académico del Instituto Universitario Ortega y Gasset  que, además de trabajar temas vinculados al desarrollo y la democracia en América Latina, ha dedicado buena parte de su vida a trabajar como ideólogo y miembro activo de la dirección del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Igualmente, este periodista se dedicado a dictar seminarios y conferencias sobre la viabilidad del socialismo reformista europeo como modelo a seguir.

En esta publicación Paramio propone un recorrido histórico de la formación de los partidos y el pensamiento socialdemócrata, haciendo hincapié en los aspectos que llevaron a la separación entre las corrientes de izquierda revolucionaria y el socialismo democrático. A seguidas, el autor enfatiza en los aspectos que caracterizaron la constitución del llamado “Estado de Bienestar”, suerte de insignia de las administraciones socialdemócratas europeas de postguerra, así como la etapa en que dicho modelo –en medio del auge de las ideas de liberalización económica y reducción de las funciones del Estado- comienza a hacer aguas. Finalmente el autor expone su visión sobre la crisis que explota entre 2007 y 2008 en el sector inmobiliario y financiero estadounidense y que termina provocando estragos gigantescos en las economías de muchos países del mundo (pero sobre todo en Europa) y cómo los partidos socialdemócratas del viejo continente podrían eventualmente aprovechar dicha circunstancia para transformar una crisis en un conjunto de oportunidades que les permitan volver a ser una opción fiable para el electorado europeo.    

Sin embargo, y con el objeto de enriquecer el desarrollo que se presenta, también se incorporan a lo largo de este ejercicio otras visiones sobre el Estado de Bienestar y la actuación de los partidos socialdemócratas durante las décadas en las que este modelo estuvo en auge, siendo estas últimas más críticas e inclinadas promover una intervención mínima del Estado en la economía de los países. El resultado final debería, en todo caso, redundar en una mirada más amplia del asunto que se pretende abordar en el trabajo y por ende en el aporte de un mayor número de elementos que sirvan para comprender el fenómeno de estudio.

¿Qué factores llevaron  a la debacle del modelo de Estado de Bienestar en Europa? ¿Es posible, en los tiempos que corren, hacer de la socialdemocracia europea una alternativa viable?
               

Caracterización del tema






De la socialdemocracia europea y el surgimiento del Estado de Bienestar

Mucho podría escribirse acerca del origen del socialismo europeo en su vertiente democrática. Sin embargo, su génesis más inmediata puede rastrearse, como acota el propio Paramio, en la conformación de los sindicatos y movimientos pro defensa de los intereses salariales y de acceso al voto de los trabajadores en algunos países de Europa (pero sobre todo en Alemania e Inglaterra). Así, la conformación de partidos de este tenor ideológico emana principalmente de las organizaciones obreras que clamaban por el establecimiento de una igualdad política en medio de sociedades que habían aplicado por muchos años el voto censitario (2010, pp 22-24).

Sería entonces conocida como “Segunda Internacional” la gran reunión donde, en 1889, movimientos y partidos de trabajadores de tendencia democrática y sus pares afines a las corrientes revolucionarias se insertarían.  Este matrimonio perduraría apenas hasta 1916, todo ello por la divergencia de posiciones entre moderados y radicales frente al papel que debían jugar las fuerzas políticas socialistas en medio de la primera guerra mundial, así como por el inminente advenimiento de la revolución rusa, que también terminaría contribuyendo a dinamitar esta unión: mientras los bolcheviques se apegaban al credo marxista de que sólo mediante acciones de fuerza se podía conquistar el poder y construir la sociedad socialista (y eventualmente comunista), los socialdemócratas ponían su fe en manos de los mecanismos electorales para controlar puestos de la administración pública y, desde allí, promover reformas al sistema capitalista que redundaran en beneficios para las clases tradicionalmente oprimidas.

Acabada la segunda guerra mundial la propuesta socialdemócrata se ceñiría a proveer justicia social a una maltrecha ciudadanía europea que vivía en carne propia los horrores de la destrucción en todos los órdenes que dejaba este conflicto bélico. En este sentido se iría configurando lo que posteriormente fue conocido como el “Estado de Bienestar”:

“El concepto de ciudadanía había tenido un desarrollo histórico que comenzó por el reconocimiento de los derechos civiles, para pasar después a incluir los derechos políticos, muy especialmente el derecho al voto. Ahora había llegado la hora al reconocimiento de los derechos sociales de los ciudadanos, los derechos que iban a definir lo que se dio en llamar el Estado de Bienestar: la educación y la sanidad universales y las pensiones de jubilación” (Paramio, Ob.Cit., pp. 35-36).

Sin embargo, el propio autor es enfático al señalar que no se puede afirmar que exista un modelo único de Estado de Bienestar, sino que, aún y cuando sus tres características fundamentales sean estas tres: 1) Salud universal, 2) Educación Universal y 3) Pensiones de jubilación, se pueden observar diferencias entre los distintos países a la hora de implementar políticas destinadas a conseguir dichos objetivos. Sobre este particular Paramio destaca la diferencia existente entre la tradición de los países del norte de Europa, donde los gobiernos trataban de maximizar lo que ellos denominaban la “igualdad social real” entre los ciudadanos, mientras que al sur del continente el enfoque tendía más a decantarse hacia brindar “igualdad de oportunidades”. (Ibídem, p. 43).

Bajo esta propuesta, los años de posguerra serían los del ascenso al poder de los partidos socialdemócratas en naciones como Alemania, Suecia e Inglaterra. En esta etapa, encontramos un elemento característico que acompaña a la instauración del Estado de Bienestar: la gestión Keynesiana de la economía.

Los socialdemócratas asumirían pues la intervención del Estado en los asuntos económicos como un comportamiento plenamente válido, asiéndose a la teoría del británico John Maynard Keynes y su visión de los ciclos económicos. Esto es, en pocas palabras, que el proceso de la economía estaba regido por ciclos recesivos (de caída de la inversión) y expansivos (de plena inversión); siendo que el Estado podía constituirse en un agente capaz de sacar a los países del estancamiento económico (propio de un ciclo recesivo) a través del gasto público. En la concepción keynesiana la inyección de dinero por parte del Estado (a través de un aumento general de sueldos y salarios o de la creación de nuevos puestos de trabajo, por ejemplo) redundaría en que los consumidores (trabajadores) tendrían más posibilidad de demandar bienes y por tanto las industrias y fábricas encargadas de producirlos se activarían generando una mayor oferta de los mismos. El resultado final de esta cadena de efectos lógicos sería pues la reactivación económica de los países.

Dicho esquema fue reproducido -con sus particularidades- en muchos países de América Latina durante la década de los 60 y 70. En Venezuela, por ejemplo, el Keynesianismo era patente en la forma de manejar la renta derivada de la venta del petróleo e inclusive en la intervención estatal enmarcada dentro de la política de “sustitución de importaciones”, bandera de la Comisión Económica para América Latina por aquel entonces. Europa era, en todo caso, la muestra de que el intervencionismo era una alternativa válida.
                
Este sistema, amén de funcionar con resultados importantes en términos de inclusión y justicia social durante décadas y de no presentar números despreciables en términos de crecimiento económico -según Bach (1998) los países desarrollados experimentaron un crecimiento económico anual que promediaba el 6% en el período comprendido entre 1947 y 1966- comenzaría a hacer aguas a mediados de la década de los 70. En ello operan una serie de factores donde, sin duda, tiene preeminencia la crisis de los precios del petróleo producto del Estallido de la guerra del Yorn Kippur en 1973, con lo que los fulanos ciclos económicos se volverían impredecibles, además de las consecuencias en términos de desempleo que este hito histórico desencadenaría en los países no productores.

La imposibilidad del modelo Keynesiano para manejar la economía en este nuevo contexto dejó al modelo socialdemócrata desarmado y sin soluciones que aportar:

“Al dejar de funcionar la gestión keynesiana de la economía, la socialdemocracia estaba condenada a defraudar las expectativas creadas por el crecimiento anterior” (Paramio, Ob.Cit, p.55)

Además de ello, el filósofo español Juan Carlos Monedero y Ariel Jeréz Novara afirma que con la aparición de los llamados valores “post-materialistas” en el imaginario de los ciudadanos de los países desarrollados de Europa, la socialdemocracia y su sistema quedaban un tanto descolocados en el panorama. Si bien bajo el esquema del Estado Benefactor la ciudadanía sentía que podía acceder a la satisfacción de necesidades materiales, estos nuevos valores descubiertos mediante una investigación del norteamericano Ronald Inglehart (1997) operaban bajo un criterio distinto: participación, sentido de pertenencia, anhelos de vivir en ciudades limpias y bonitas, ecologismo, etc.

Sin embargo, en nuestro criterio, el factor más determinante en la crisis del Estado de Bienestar clásico aparece a finales de los 70 y principios de los 80: la globalización. Tanto Monedero como Paramio acotan que en el marco de la transformación de la economía mundial de un modelo industrial a otro donde comienza a tomar mayor importancia el llamado sector financiero (bolsa de valores, bonos, etc) y donde el flujo de capitales puede traspasar barreras geográficas en cuestión de segundos, el Estado poco podía hacer. Así pues, con la globalización económica, en donde las fronteras se difuminan, los Estados eran incapaces de regular todos estos procesos y por ende, su papel quedaba absolutamente debilitado. Del trabajo de Monedero y Jeréz ya referido más arriba se desprende que la crisis deviene de: 

“El bloqueo de la coordinación keynesiana, con la pérdida, merced a la internacionalización de la economía, de la capacidad de los gobiernos nacionales para encarar las crisis económicas y, especialmente, el aumento del paro” (Sharpf, 1989).

En la década de los 80 ascenderían al poder Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en los Estados Unidos. Con ello se inauguraría “el ciclo neoconservador” (Paramio, Ob. Cit, p. 55), etapa caracterizada por un credo absoluto en la autorregulación de los mercados y la visión mínima del Estado (no intervencionista). En este ciclo, que según el autor perduraría con sus vaivenes, hasta que explotó la burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos entre 2007 y 2008 y se produjo la crisis económica mundial con derivaciones en Europa que hasta hoy día muestra secuelas.

Las réplicas de esta nueva era de las economías globalizadas y el renovado credo en el mercado como solución a los problemas se sentirían en todo el planeta. En Latino América, por ejemplo, algunos partidos con tendencia histórica a promover el intervencionismo estatal en la economía darían un viraje a finales de los 80 y durante la década de los 90 hacia la promoción de reformas de corte liberal y de reducción en la actuación del Estado, todo ello muy matizado además por las condiciones de austeridad en el gasto público que impondrían instituciones como el Fondo Monetario Nacional a estos países del Sur de América para poder concederles préstamos que pudieran sacar a flote sus maltrechas economías.  

Tendencias de la situación




Para Paramio la crisis financiera estadounidense es el reflejo “de la quiebra del modelo “neoliberal” (Ob. Cit., p.73) que arrancó con el ascenso de los “neocons” al poder en la década de los ochenta. En ese escenario el autor juzga importantísimo el papel que puede tener la socialdemocracia para volver con un proyecto alternativo fuerte en Europa.

“La alternativa socialdemócrata pasa por resaltar el papel del Estado como regulador –para evitar el capitalismo de casino que ha conducido a la crisis actual-, por la protección social y la defensa de los de los ingresos de los trabajadores y por la inversión pública para mejorar las infraestructuras, la sanidad, la educación (…) Por supuesto defendiendo también la tradición de tolerancia y las libertades individuales que la socialdemocracia ha heredado del liberalismo (…)”.  (Paramio, Ob.Cit., p.83)

Ahora bien, Cuando en 2008 la crisis económica comenzó a ser una realidad en Europa, varios países del viejo continente aún eran gobernados por administraciones que procuraban proteger las garantías mínimas del Estado de Bienestar (salud y educación públicas y sostenimiento del sistema de pensiones). Este es el caso, por ejemplo, de España y de Grecia, a la sazón gobernadas por José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) y Yorgos Papandreu (PASOK), respectivamente. Sin embargo, difícilmente un Estado Benefactor puede sostenerse en medio de un clima económico recesivo y donde no hay flujo de caja para poder subvencionar la gran cantidad de gastos que este tipo de administraciones requiere.

La consecuencia directa de todo ello es que estos gobiernos debieron balancearse entre los recortes y el sostenimiento de este tipo de políticas, entre deprimir más a las economías de sus países o adelgazar el gasto público y perder apoyo electoral. Una disyuntiva que terminó llevando nuevamente a los socialdemócratas europeos al paredón: mientras unos les acusaron de ser irresponsables en el manejo de la crisis por no hacer recortes a tiempo, otros les bombardeaban diciendo que habían perdido el norte ideológico al emprender reformas de tipo neoliberal. En los años subsiguientes no solamente España y Grecia, sino también países como Portugal, Inglaterra habían dado un vuelco llevando a la presidencia a personajes provenientes de partidos o coaliciones con orientaciones de centro-derecha, bajo la expectativa de que éstos fuesen más eficientes y astutos al momento de gestionar la crisis. El voto castigo en toda regla llevaba así a la socialdemocracia a un nuevo túnel del tiempo del que aún no logra salir.

El académico liberal español, Carlos Rodríguez Braun, precisa que el problema del modelo del Estado de Bienestar es que “encarece la honradez”, al tiempo que estimula la aparición de “gorrones” que se aprovechan y hacen trampa permanentemente para acceder a las subvenciones del Estado, que por momentos parecen ser infinitas.
                
“El Welfare State crea sus propios Clientes, pero también sus propios escollos. Las finanzas públicas entran en desequilibrio, porque sus capítulos tienden a crecer sin freno; los ciudadanos, lógicamente, consumirán exageradamente todo lo que tenga, gracias a la intervención política, un coste inferior al precio de mercado, tanto da que sea sanidad o agua de riego” (Rodríguez, 2000, p.51).

Por su parte, el economista Alberto Garzón Espinosa, indica que la crisis europea de hoy día hace que el tradicional modelo económico bajo el que estuvo concebida la alternativa socialdemócrata quede descartado de plano. Toda vez que, tras la recesión, los sectores productivos y comerciales tienen presupuestos limitados para trabajar, los pocos empleados que aún permanecen en sus nóminas no devengan salarios suficientes para generar una demanda que, a su vez, produzca incentivos para la oferta de bienes.

“El problema que emerge es que faltan fuentes de demanda, y que donde antes había salarios que creaban mercado ahora no hay nada” (Garzón, 2013)  
                 

Evaluación del análisis a la luz de las perspectivas conceptuales aportadas




Sobre los planteamientos de Paramio consideramos que una premisa básica de la economía política recae en que a los gobiernos les es imposible repartir o redistribuir lo que no se tiene. De tal manera que el reto de la socialdemocracia actual reside, además del asunto redistributivo y de garantizar derechos, en generar un modelo económicamente viable que también sea capaz de generar crecimiento. Ésa es la encrucijada en la que debate hoy día el futuro del Estado de Bienestar europeo.

Atendiendo a estos señalamientos nos parece interesante el testimonio que ofrece el llamado “modelo nórdico” o “sueco”, en tanto bajo la premisa de sostener de la forma más inteligente y eficiente el Estado de Bienestar, países como Dinamarca y la propia Suecia han encontrado mecanismos para prolongar su supervivencia y promover lo que algunos han catalogado como la actualización del modelo de beneficencia estatal. 

Suecia, que desde siempre ha estado cargada de una fuerte tradición de poder del partido socialdemócrata, vio crecer paulatinamente a lo largo de las décadas la intervención estatal para garantizar el “Estado de Bienestar” a niveles muy altos; sin embargo, en la década de los noventa reformuló su modelo para lograr sobrevivir a los nuevos tiempos. Hoy día este país nórdico concilia una de las tasas de crecimiento económico más altas de Europa (según cifras del FMI en el período 2011-2013 acumularon un incremento en el PIB de 7,3%)  con el cumplimiento además de los tradicionales objetivos socialdemócratas de proveer salud y educación universales a sus ciudadanos.
                
El trasfondo de este éxito puede rastrearse en el hecho de la implantación de la fiscalidad progresiva (pagan más impuestos quienes más ingresos tienen), así como la asunción por parte del Estado de la convicción de que debe interferir lo menos posible en las actividades comerciales e industriales; dicho de otro modo: el Estado ha declinado en la idea de ser un agente que compita con empresas en este tipo de asuntos, dejando el campo abierto a la actividad privada.
                
Otro punto importante en la constitución de este modelo que destaca Arancón (2014) es la instauración de una política laboral que no hostiga a las empresas privadas; ergo, no condiciona el eventual despido de un empleado a sanciones por parte del Estado. Para ello, los países del norte de Europa han venido desarrollando lo que este autor indica se conoce como el modelo de “flexiseguridad”, donde si alguien es despedido de su trabajo el Estado asume la responsabilidad –por un tiempo limitado- de proveerle una renta para que pueda vivir, pero a la vez le exige participar en planes de capacitación que en el corto plazo lo obliguen a volver a insertarse en el sector laboral.
                
Finalmente, es sumamente llamativo que un Estudio de Wolfgang Merkel y Alexander Petring publicado en la Revista Nueva Sociedad (NUSO) en 2008 indique que, frente a la crisis de la socialdemocracia que se hizo visible en Europa en los 80, fueron precisamente los países del norte del viejo continente quienes, en los 90, mejor lograron actualizar la concepción del Estado de Bienestar para así poder sobrevivir a los tiempos de la economía globalizada.
                
Para estos autores la llamada “socialdemocracia modernizada” que logra salir airosa en países como Suecia y Dinamarca, y que a su vez se contrapone a la “socialdemocracia tradicional” (que no se trazó nuevos mecanismos para cumplir sus objetivos) y a la que decidió emprender un camino netamente “liberal” (de abandono absoluto al intervencionismo estatal), se caracteriza porque “siguió sosteniendo el objetivo de la redistribución, principalmente a través de servicios sociales, y al mismo tiempo buscó garantizar el equilibrio fiscal” (Merkel y Petring, 2008, p.111).
                
Es importante destacar que a la luz de los resultados de las últimas elecciones del parlamento europeo, podemos señalar que el viejo continente sigue estando mayoritariamente inclinado a respaldar electoralmente posiciones que orbitan en torno al centro derecha y centro izquierda, aún y cuando esta última corriente político-económica ciertamente representa una fracción minoritaria con respecto a la primera. Sin embargo, en casos puntuales como al estilo de Francia, vienen cobrando auge posiciones extremistas de derecha en lo económico y social, que ensalzan además banderas de nacionalismo extremo y renuencia a continuar participando dentro del concierto que encarna la Unión Europea.
                
He allí pues una titánica tarea por delante para la socialdemocracia europea, que deberá caminar en dos vías al mismo tiempo: 1) recomponerse como fuerza creíble y competitiva, a fin de ser la primera alternativa dentro de eso que encarnan el centro derecha y centro izquierda y que podríamos catalogar como la “moderación” en la Europa actual; para ello deberá actualizar su propuesta programática y demostrar que puede revitalizar su ofrecimiento de justicia social sin que esto esté reñido con el pulcro y meticuloso manejo del presupuesto público (tan limitado en estos tiempos de crisis) 2) Convertirse en la principal fuerza de contención contra quienes, motivados por la crisis económicas o por otras razones, enarbolan la bandera del nacionalismo y el aislacionismo extremo de los países de Europa frente ese milagro de la integración en todo sentido que ha constituido ya por varios años la Unión Europea. 

En tiempos globalizados mirar hacia el cierre de los países dentro de sus fronteras no sería sólo una mala decisión, sino también un desperdicio de oportunidades.


Bibliografía


-Arancón, F. (2014). El modelo de bienestar nórdico. Recuperado el 20 de mayo de http://elordenmundial.com/economia/el-modelo-de-bienestar-nordico-12/
-Bach, P. (1998). El Boom de la posguerra: un análisis crítico de las elaboraciones de Ernest Mandel. Revista Estrategia Internacional, 7. Recuperado el 26 de mayo de http://www.ft.org.ar/estrategia/ei7/ei7boom.html
-Garzón, A. (2013). El dilema imposible de la socialdemocracia europea. Recuperado el 24 de mayo de http://www.agarzon.net/el-dilema-imposible-de-la-socialdemocracia-europea/
-Jeréz, A. y Monedero J. (S.F) Crisis de la Socialdemocracia. Recuperado el 20 de mayo de http://pendientedemigracion.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/S/socialdemocracia_crisis.htm
-Merkel, W. y Petring, A. (2008). La socialdemocracia en Europa: un análisis de su capacidad de reforma. Revista Nueva Sociedad, 217 (1), 99-117.
-Paramio, L. (2010). La socialdemocracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica
-Rodríguez, C. (2000). Estado contra mercado. Libro en formato EPUB editado por “Sibelius”.
-Rojas, M. (2013). Crisis europea y el modelo del Estado de bienestar: Lecciones de un modelo a evitar. Recuperado el 26 de mayo de http://www.elcato.org/crisis-europea-y-el-modelo-del-estado-de-bienestar-lecciones-de-un-modelo-evitar

Nehomar Adolfo Hernández


* Trabajo elaborado por el autor para el seminario: "Introducción a las Relaciones Internacionales", dictado por la Profesora Elsa Cardozo en la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar (USB)

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