Presentación y justificación del tema
Luego de los desmanes de la segunda guerra mundial, una parte
significativa de Europa quedó en la penumbra, no solamente en el plano
material, sino también en el existencial. Muchos países del viejo continente
vivieron en carne propia los estragos propios de la posguerra: hambre,
destrucción, crisis de instituciones y estancamiento económico, entre una larga
lista de penalidades. Allí, bajo la conducción de líderes y partidos de
tendencia socialdemócrata, se estructuró un modelo que supo dar las tan
necesarias respuestas ansiadas por los ciudadanos europeos para aquel entonces:
el Estado de Bienestar.
Este
modelo, que supo conciliar el ansiado crecimiento económico -tan necesario para
que los países entren por la senda del desarrollo- y la generación de
mecanismos de justicia social para sus pobladores, se erigió por muchas décadas
como una suerte de modelo político-económico de consenso en buena parte de
Europa.
Ahora bien, en medio de una debacle electoral de nueva data experimentada
a raíz de la crisis económica que arrancó en los Estados Unidos y llegó
–globalización mediante- a Europa en 2008, la socialdemocracia del viejo
continente y su modelo bandera, el Estado de Bienestar (también conocido como
Welfare State), comenzaron a ser vistos con recelo por los europeos, al punto
de que en muchos países otrora bastiones del llamado socialismo democrático se
produjo un giro hacia posiciones políticas más cercanas a la derecha, en
búsqueda de mejores gestores de la crisis.
Así pues, nos es particularmente
atractivo analizar las características que entrañaba el modelo de Estado de
Bienestar desarrollado en Europa aproximadamente desde el fin de la guerra
(1945) hasta su entrada en crisis como opción mayoritaria para canalizar las
demandas de la ciudadanía. De igual forma, pretendemos hacer una evaluación de
la actualización de la que han sido sujeto las políticas socialdemócratas en el
norte de Europa desde hace algunos años, constituyéndose con ello un nuevo
paradigma: el llamado “Modelo Nórdico”.
La
escogencia del tema se justifica en el propio hecho de que, en el marco del
Estado de Bienestar, Europa no sólo logró reconstruirse en tiempo record, sino
que además logró estructurar un nuevo orden dentro de sus países al cáliz de
opciones políticas moderadas, distantes, en todo caso, de los cruentos
totalitarismos que encarnaron el fascismo y el socialismo real y cuyas ideas estuvieron
en la cúspide en la primera parte del siglo XX.
Para analizar el tema propuesto
echamos mano de la obra titulada “La Socialdemocracia” del Profesor Ludolfo Paramio,
destacado académico del Instituto Universitario Ortega y Gasset que, además de trabajar temas vinculados al
desarrollo y la democracia en América Latina, ha dedicado buena parte de su
vida a trabajar como ideólogo y miembro activo de la dirección del Partido Socialista
Obrero Español (PSOE). Igualmente, este periodista se dedicado a dictar
seminarios y conferencias sobre la viabilidad del socialismo reformista europeo
como modelo a seguir.
En esta publicación Paramio propone un recorrido histórico de la
formación de los partidos y el pensamiento socialdemócrata, haciendo hincapié
en los aspectos que llevaron a la separación entre las corrientes de izquierda
revolucionaria y el socialismo democrático. A seguidas, el autor enfatiza en
los aspectos que caracterizaron la constitución del llamado “Estado de
Bienestar”, suerte de insignia de las administraciones socialdemócratas
europeas de postguerra, así como la etapa en que dicho modelo –en medio del
auge de las ideas de liberalización económica y reducción de las funciones del
Estado- comienza a hacer aguas. Finalmente el autor expone su visión sobre la
crisis que explota entre 2007 y 2008 en el sector inmobiliario y financiero
estadounidense y que termina provocando estragos gigantescos en las economías
de muchos países del mundo (pero sobre todo en Europa) y cómo los partidos
socialdemócratas del viejo continente podrían eventualmente aprovechar dicha
circunstancia para transformar una crisis en un conjunto de oportunidades que
les permitan volver a ser una opción fiable para el electorado europeo.
Sin embargo, y con el objeto de
enriquecer el desarrollo que se presenta, también se incorporan a lo largo de
este ejercicio otras visiones sobre el Estado de Bienestar y la actuación de
los partidos socialdemócratas durante las décadas en las que este modelo estuvo
en auge, siendo estas últimas más críticas e inclinadas promover una
intervención mínima del Estado en la economía de los países. El resultado final
debería, en todo caso, redundar en una mirada más amplia del asunto que se
pretende abordar en el trabajo y por ende en el aporte de un mayor número de
elementos que sirvan para comprender el fenómeno de estudio.
¿Qué factores llevaron a la debacle del modelo de Estado de
Bienestar en Europa? ¿Es posible, en los tiempos que corren, hacer de la
socialdemocracia europea una alternativa viable?
Caracterización del tema
De la
socialdemocracia europea y el surgimiento del Estado de Bienestar
Mucho
podría escribirse acerca del origen del socialismo europeo en su vertiente
democrática. Sin embargo, su génesis más inmediata puede rastrearse, como acota
el propio Paramio, en la conformación de los sindicatos y movimientos pro
defensa de los intereses salariales y de acceso al voto de los trabajadores en
algunos países de Europa (pero sobre todo en Alemania e Inglaterra). Así, la
conformación de partidos de este tenor ideológico emana principalmente de las
organizaciones obreras que clamaban por el establecimiento de una igualdad
política en medio de sociedades que habían aplicado por muchos años el voto
censitario (2010, pp 22-24).
Sería entonces conocida como
“Segunda Internacional” la gran reunión donde, en 1889, movimientos y partidos
de trabajadores de tendencia democrática y sus pares afines a las corrientes
revolucionarias se insertarían. Este
matrimonio perduraría apenas hasta 1916, todo ello por la divergencia de
posiciones entre moderados y radicales frente al papel que debían jugar las
fuerzas políticas socialistas en medio de la primera guerra mundial, así como
por el inminente advenimiento de la revolución rusa, que también terminaría
contribuyendo a dinamitar esta unión: mientras los bolcheviques se apegaban al
credo marxista de que sólo mediante acciones de fuerza se podía conquistar el
poder y construir la sociedad socialista (y eventualmente comunista), los
socialdemócratas ponían su fe en manos de los mecanismos electorales para
controlar puestos de la administración pública y, desde allí, promover reformas
al sistema capitalista que redundaran en beneficios para las clases
tradicionalmente oprimidas.
Acabada la segunda guerra
mundial la propuesta socialdemócrata se ceñiría a proveer justicia social a una
maltrecha ciudadanía europea que vivía en carne propia los horrores de la
destrucción en todos los órdenes que dejaba este conflicto bélico. En este sentido
se iría configurando lo que posteriormente fue conocido como el “Estado de
Bienestar”:
“El concepto de ciudadanía había
tenido un desarrollo histórico que comenzó por el reconocimiento de los
derechos civiles, para pasar después a incluir los derechos políticos, muy
especialmente el derecho al voto. Ahora había llegado la hora al reconocimiento
de los derechos sociales de los ciudadanos, los derechos que iban a definir lo
que se dio en llamar el Estado de Bienestar: la educación y la sanidad universales
y las pensiones de jubilación” (Paramio,
Ob.Cit., pp. 35-36).
Sin embargo, el propio autor es
enfático al señalar que no se puede afirmar que exista un modelo único de
Estado de Bienestar, sino que, aún y cuando sus tres características
fundamentales sean estas tres: 1) Salud universal, 2) Educación Universal y 3)
Pensiones de jubilación, se pueden observar diferencias entre los distintos
países a la hora de implementar políticas destinadas a conseguir dichos
objetivos. Sobre este particular Paramio destaca la diferencia existente entre
la tradición de los países del norte de Europa, donde los gobiernos trataban de
maximizar lo que ellos denominaban la “igualdad social real” entre los
ciudadanos, mientras que al sur del continente el enfoque tendía más a
decantarse hacia brindar “igualdad de oportunidades”. (Ibídem, p. 43).
Bajo esta propuesta, los años de
posguerra serían los del ascenso al poder de los partidos socialdemócratas en
naciones como Alemania, Suecia e Inglaterra. En esta etapa, encontramos un
elemento característico que acompaña a la instauración del Estado de Bienestar:
la gestión Keynesiana de la economía.
Los socialdemócratas asumirían
pues la intervención del Estado en los asuntos económicos como un
comportamiento plenamente válido, asiéndose a la teoría del británico John
Maynard Keynes y su visión de los ciclos económicos. Esto es, en pocas
palabras, que el proceso de la economía estaba regido por ciclos recesivos (de
caída de la inversión) y expansivos (de plena inversión); siendo que el Estado
podía constituirse en un agente capaz de sacar a los países del estancamiento
económico (propio de un ciclo recesivo) a través del gasto público. En la
concepción keynesiana la inyección de dinero por parte del Estado (a través de
un aumento general de sueldos y salarios o de la creación de nuevos puestos de
trabajo, por ejemplo) redundaría en que los consumidores (trabajadores)
tendrían más posibilidad de demandar bienes y por tanto las industrias y
fábricas encargadas de producirlos se activarían generando una mayor oferta de
los mismos. El resultado final de esta cadena de efectos lógicos sería pues la
reactivación económica de los países.
Dicho esquema fue reproducido
-con sus particularidades- en muchos países de América Latina durante la década
de los 60 y 70. En Venezuela, por ejemplo, el Keynesianismo era patente en la
forma de manejar la renta derivada de la venta del petróleo e inclusive en la
intervención estatal enmarcada dentro de la política de “sustitución de
importaciones”, bandera de la Comisión Económica para América Latina por aquel
entonces. Europa era, en todo caso, la muestra de que el intervencionismo era
una alternativa válida.
Este sistema, amén de funcionar
con resultados importantes en términos de inclusión y justicia social durante
décadas y de no presentar números despreciables en términos de crecimiento
económico -según Bach (1998) los
países desarrollados experimentaron un crecimiento económico anual que
promediaba el 6% en el período comprendido entre 1947 y 1966- comenzaría a
hacer aguas a mediados de la década de los 70. En ello operan una serie de
factores donde, sin duda, tiene preeminencia la crisis de los precios del
petróleo producto del Estallido de la guerra del Yorn Kippur en 1973, con lo
que los fulanos ciclos económicos se volverían impredecibles, además de las
consecuencias en términos de desempleo que este hito histórico desencadenaría
en los países no productores.
La imposibilidad del modelo Keynesiano para manejar la economía en este
nuevo contexto dejó al modelo socialdemócrata desarmado y sin soluciones que
aportar:
“Al dejar de funcionar la gestión keynesiana de la economía, la
socialdemocracia estaba condenada a defraudar las expectativas creadas por el
crecimiento anterior” (Paramio, Ob.Cit,
p.55)
Además de ello, el filósofo español Juan Carlos Monedero y Ariel Jeréz
Novara afirma que con la aparición de los llamados valores “post-materialistas”
en el imaginario de los ciudadanos de los países desarrollados de Europa, la
socialdemocracia y su sistema quedaban un tanto descolocados en el panorama. Si
bien bajo el esquema del Estado Benefactor la ciudadanía sentía que podía
acceder a la satisfacción de necesidades materiales, estos nuevos valores
descubiertos mediante una investigación del norteamericano Ronald Inglehart (1997) operaban bajo un criterio distinto:
participación, sentido de pertenencia, anhelos de vivir en ciudades limpias y
bonitas, ecologismo, etc.
Sin embargo, en nuestro criterio, el factor más determinante en la crisis
del Estado de Bienestar clásico aparece a finales de los 70 y principios de los
80: la globalización. Tanto Monedero como Paramio acotan que en el marco de la
transformación de la economía mundial de un modelo industrial a otro donde
comienza a tomar mayor importancia el llamado sector financiero (bolsa de
valores, bonos, etc) y donde el flujo de capitales puede traspasar barreras
geográficas en cuestión de segundos, el Estado poco podía hacer. Así pues, con
la globalización económica, en donde las fronteras se difuminan, los Estados
eran incapaces de regular todos estos procesos y por ende, su papel quedaba
absolutamente debilitado. Del trabajo de Monedero y Jeréz ya referido más
arriba se desprende que la crisis deviene de:
“El bloqueo de la coordinación keynesiana, con la pérdida, merced a la
internacionalización de la economía, de la capacidad de los gobiernos
nacionales para encarar las crisis económicas y, especialmente, el aumento del
paro” (Sharpf, 1989).
En la década de los 80 ascenderían al poder Margaret Thatcher en
Inglaterra y Ronald Reagan en los Estados Unidos. Con ello se inauguraría “el
ciclo neoconservador” (Paramio, Ob. Cit,
p. 55), etapa caracterizada por un credo absoluto en la autorregulación de
los mercados y la visión mínima del Estado (no intervencionista). En este
ciclo, que según el autor perduraría con sus vaivenes, hasta que explotó la
burbuja inmobiliaria en los Estados Unidos entre 2007 y 2008 y se produjo la
crisis económica mundial con derivaciones en Europa que hasta hoy día muestra
secuelas.
Las réplicas de esta nueva era de las economías globalizadas y el
renovado credo en el mercado como solución a los problemas se sentirían en todo
el planeta. En Latino América, por ejemplo, algunos partidos con tendencia
histórica a promover el intervencionismo estatal en la economía darían un
viraje a finales de los 80 y durante la década de los 90 hacia la promoción de
reformas de corte liberal y de reducción en la actuación del Estado, todo ello
muy matizado además por las condiciones de austeridad en el gasto público que
impondrían instituciones como el Fondo Monetario Nacional a estos países del
Sur de América para poder concederles préstamos que pudieran sacar a flote sus
maltrechas economías.
Tendencias de la situación
Para
Paramio la crisis financiera estadounidense es el reflejo “de la quiebra del
modelo “neoliberal” (Ob. Cit., p.73)
que arrancó con el ascenso de los “neocons” al poder en la década de los
ochenta. En ese escenario el autor juzga importantísimo el papel que puede
tener la socialdemocracia para volver con un proyecto alternativo fuerte en
Europa.
“La alternativa socialdemócrata pasa por resaltar el papel del Estado
como regulador –para evitar el capitalismo de casino que ha conducido a la
crisis actual-, por la protección social y la defensa de los de los ingresos de
los trabajadores y por la inversión pública para mejorar las infraestructuras,
la sanidad, la educación (…) Por supuesto defendiendo también la tradición de
tolerancia y las libertades individuales que la socialdemocracia ha heredado
del liberalismo (…)”. (Paramio, Ob.Cit., p.83)
Ahora
bien, Cuando en 2008 la crisis
económica comenzó a ser una realidad en Europa, varios países del viejo
continente aún eran gobernados por administraciones que procuraban proteger las
garantías mínimas del Estado de Bienestar (salud y educación públicas y
sostenimiento del sistema de pensiones). Este es el caso, por ejemplo, de
España y de Grecia, a la sazón gobernadas por José Luis Rodríguez Zapatero
(PSOE) y Yorgos Papandreu (PASOK), respectivamente. Sin embargo, difícilmente
un Estado Benefactor puede sostenerse en medio de un clima económico recesivo y
donde no hay flujo de caja para poder subvencionar la gran cantidad de gastos
que este tipo de administraciones requiere.
La consecuencia directa de todo
ello es que estos gobiernos debieron balancearse entre los recortes y el
sostenimiento de este tipo de políticas, entre deprimir más a las economías de
sus países o adelgazar el gasto público y perder apoyo electoral. Una
disyuntiva que terminó llevando nuevamente a los socialdemócratas europeos al
paredón: mientras unos les acusaron de ser irresponsables en el manejo de la
crisis por no hacer recortes a tiempo, otros les bombardeaban diciendo que
habían perdido el norte ideológico al emprender reformas de tipo neoliberal. En
los años subsiguientes no solamente España y Grecia, sino también países como
Portugal, Inglaterra habían dado un vuelco llevando a la presidencia a
personajes provenientes de partidos o coaliciones con orientaciones de
centro-derecha, bajo la expectativa de que éstos fuesen más eficientes y
astutos al momento de gestionar la crisis. El voto castigo en toda regla
llevaba así a la socialdemocracia a un nuevo túnel del tiempo del que aún no
logra salir.
El académico liberal español,
Carlos Rodríguez Braun, precisa que el problema del modelo del Estado de
Bienestar es que “encarece la honradez”, al tiempo que estimula la aparición de
“gorrones” que se aprovechan y hacen trampa permanentemente para acceder a las
subvenciones del Estado, que por momentos parecen ser infinitas.
“El Welfare State crea sus
propios Clientes, pero también sus propios escollos. Las finanzas públicas
entran en desequilibrio, porque sus capítulos tienden a crecer sin freno; los
ciudadanos, lógicamente, consumirán exageradamente todo lo que tenga, gracias a
la intervención política, un coste inferior al precio de mercado, tanto da que
sea sanidad o agua de riego” (Rodríguez,
2000, p.51).
Por
su parte, el economista Alberto Garzón Espinosa, indica que la crisis europea
de hoy día hace que el tradicional modelo económico bajo el que estuvo
concebida la alternativa socialdemócrata quede descartado de plano. Toda vez
que, tras la recesión, los sectores productivos y comerciales tienen
presupuestos limitados para trabajar, los pocos empleados que aún permanecen en
sus nóminas no devengan salarios suficientes para generar una demanda que, a su
vez, produzca incentivos para la oferta de bienes.
“El problema que emerge es que
faltan fuentes de demanda, y que donde antes había salarios que creaban mercado
ahora no hay nada” (Garzón, 2013)
Evaluación del análisis a la luz de las perspectivas conceptuales aportadas
Sobre
los planteamientos de Paramio consideramos que una premisa básica de la
economía política recae en que a los gobiernos les es imposible repartir o redistribuir
lo que no se tiene. De tal manera que el reto de la socialdemocracia actual
reside, además del asunto redistributivo y de garantizar derechos, en generar
un modelo económicamente viable que también sea capaz de generar crecimiento.
Ésa es la encrucijada en la que debate hoy día el futuro del Estado de
Bienestar europeo.
Atendiendo a estos señalamientos nos parece interesante el testimonio que
ofrece el llamado “modelo nórdico” o “sueco”, en tanto bajo la premisa de
sostener de la forma más inteligente y eficiente el Estado de Bienestar, países
como Dinamarca y la propia Suecia han encontrado mecanismos para prolongar su
supervivencia y promover lo que algunos han catalogado como la actualización
del modelo de beneficencia estatal.
Suecia, que desde siempre ha
estado cargada de una fuerte tradición de poder del partido socialdemócrata,
vio crecer paulatinamente a lo largo de las décadas la intervención estatal
para garantizar el “Estado de Bienestar” a niveles muy altos; sin embargo, en
la década de los noventa reformuló su modelo para lograr sobrevivir a los
nuevos tiempos. Hoy día este país nórdico concilia una de las tasas de
crecimiento económico más altas de Europa (según cifras del FMI en el período
2011-2013 acumularon un incremento en el PIB de 7,3%) con el cumplimiento además de los
tradicionales objetivos socialdemócratas de proveer salud y educación
universales a sus ciudadanos.
El trasfondo de este éxito puede
rastrearse en el hecho de la implantación de la fiscalidad progresiva (pagan
más impuestos quienes más ingresos tienen), así como la asunción por parte del
Estado de la convicción de que debe interferir lo menos posible en las
actividades comerciales e industriales; dicho de otro modo: el Estado ha
declinado en la idea de ser un agente que compita con empresas en este tipo de
asuntos, dejando el campo abierto a la actividad privada.
Otro punto importante en la
constitución de este modelo que destaca Arancón (2014) es la instauración de una política laboral que no hostiga a
las empresas privadas; ergo, no condiciona el eventual despido de un empleado a
sanciones por parte del Estado. Para ello, los países del norte de Europa han
venido desarrollando lo que este autor indica se conoce como el modelo de
“flexiseguridad”, donde si alguien es despedido de su trabajo el Estado asume
la responsabilidad –por un tiempo limitado- de proveerle una renta para que
pueda vivir, pero a la vez le exige participar en planes de capacitación que en
el corto plazo lo obliguen a volver a insertarse en el sector laboral.
Finalmente, es sumamente
llamativo que un Estudio de Wolfgang Merkel y Alexander Petring publicado en la
Revista Nueva Sociedad (NUSO) en 2008 indique que, frente a la crisis de la
socialdemocracia que se hizo visible en Europa en los 80, fueron precisamente
los países del norte del viejo continente quienes, en los 90, mejor lograron
actualizar la concepción del Estado de Bienestar para así poder sobrevivir a
los tiempos de la economía globalizada.
Para estos autores la llamada
“socialdemocracia modernizada” que logra salir airosa en países como Suecia y
Dinamarca, y que a su vez se contrapone a la “socialdemocracia tradicional”
(que no se trazó nuevos mecanismos para cumplir sus objetivos) y a la que
decidió emprender un camino netamente “liberal” (de abandono absoluto al
intervencionismo estatal), se caracteriza porque “siguió sosteniendo el
objetivo de la redistribución, principalmente a través de servicios sociales, y
al mismo tiempo buscó garantizar el equilibrio fiscal” (Merkel y Petring, 2008, p.111).
Es importante
destacar que a la luz de los resultados de las últimas elecciones del
parlamento europeo, podemos señalar que el viejo continente sigue estando
mayoritariamente inclinado a respaldar electoralmente posiciones que orbitan en
torno al centro derecha y centro izquierda, aún y cuando esta última corriente
político-económica ciertamente representa una fracción minoritaria con respecto
a la primera. Sin embargo, en casos puntuales como al estilo de Francia, vienen
cobrando auge posiciones extremistas de derecha en lo económico y social, que
ensalzan además banderas de nacionalismo extremo y renuencia a continuar
participando dentro del concierto que encarna la Unión Europea.
He allí pues una titánica tarea
por delante para la socialdemocracia europea, que deberá caminar en dos vías al
mismo tiempo: 1) recomponerse como fuerza creíble y competitiva, a fin de ser
la primera alternativa dentro de eso que encarnan el centro derecha y centro
izquierda y que podríamos catalogar como la “moderación” en la Europa actual;
para ello deberá actualizar su propuesta programática y demostrar que puede
revitalizar su ofrecimiento de justicia social sin que esto esté reñido con el
pulcro y meticuloso manejo del presupuesto público (tan limitado en estos
tiempos de crisis) 2) Convertirse en la principal fuerza de contención contra
quienes, motivados por la crisis económicas o por otras razones, enarbolan la
bandera del nacionalismo y el aislacionismo extremo de los países de Europa
frente ese milagro de la integración en todo sentido que ha constituido ya por
varios años la Unión Europea.
En tiempos globalizados mirar hacia el cierre de
los países dentro de sus fronteras no sería sólo una mala decisión, sino
también un desperdicio de oportunidades.
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-Garzón, A. (2013). El dilema imposible de la socialdemocracia
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-Merkel, W. y Petring, A. (2008). La
socialdemocracia en Europa: un análisis de su capacidad de reforma. Revista Nueva Sociedad, 217 (1), 99-117.
-Paramio, L. (2010). La socialdemocracia. Buenos Aires: Fondo
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-Rodríguez, C. (2000). Estado
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-Rojas,
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-Rusiñol, P. (2009). La socialdemocracia se hunde en la peor derrota de su
historia. Recuperado el 21 de mayo de http://www.publico.es/espana/231094/la-socialdemocracia-se-hunde-en-la-peor-derrota-de-su-historia
Nehomar Adolfo Hernández
* Trabajo elaborado por el autor para el seminario: "Introducción a las Relaciones Internacionales", dictado por la Profesora Elsa Cardozo en la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar (USB)
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