Democracia y participación
El
auge que ha tenido en los últimos tiempos el debate sobre el ejercicio efectivo
de la democracia resulta esencial para comprender los grandes retos que
comporta el ejercicio de la política (tanto para quienes gobiernan como para la
ciudadanía) a nivel mundial en la coyuntura actual. Así pues, en distintas
partes del planeta, la discusión orbita esencialmente en lo atinente al grado
de participación que tienen los
ciudadanos en la acción de gobierno. Sale a flote la polémica entre lo que
supone asumir la democracia representativa tal y como se ejerce en la mayoría
de los países hoy día y lo que otrora hicieron posible los griegos mediante su
"República".
Si
echamos un vistazo a la historia, nos encontraremos con el hecho de que los
griegos hicieron posible que mediante el ejercicio de la deliberación pública se canalizaran las demandas políticas de su
tiempo. Innegablemente, el ágora,
instituida en mecanismo para el debate abierto entre los ciudadanos de la polis
posibilitaba un ejercicio de aproximación bastante cercano a la llamada "democracia participativa" o,
quizá yendo un poco más allá, configuraba una suerte de modus operandi de "democracia protagónica".
Esto, toda vez que entendemos ambos términos al cáliz de lo que significa la
democracia en la contemporaneidad, puesto que para los antiguos no se trataba
de ello sino simplemente de una República, sin adjetivos.
A
la luz de nuestros días resulta lícito preguntarse por la calidad de la
democracia que se está ejerciendo en los diversos países del mundo, a la vez
que es plenamente válida la búsqueda -siempre difícil- que se emprende en
muchas naciones en pro de generar mecanismos que permitan acercar el poder
político a los ciudadanos, herramientas que, al fin del día, los doten de
participación en la acción de gobierno. Ahora bien: ¿Es posible instituir una
democracia protagónica a rajatabla, al estilo de los antiguos, en nuestros
días? ¿Cuáles serían sus consecuencias?
En
primer término resulta quimérico e inviable pensar que, con el considerable crecimiento
demográfico que han experimentado los países, se pueda poner en marcha en la
actualidad un mecanismo de verdadera democracia protagónica que remita al
antiguo ágora griego. Con ello aceptamos que el asunto de la representación es ineludible, y se constituye
además en la única vía que tenemos para resolver tal dilema en nuestros días.
Ahora bien, como se ha señalado más arriba, sería incongruente negar que
nuestras democracias ameritan de mecanismos que permitan a los ciudadanos tener
un rol más activo en la toma de decisiones sobre la acciones
que emprenden sus gobiernos, por lo que la participación debe ser un elemento
que necesariamente debe considerarse. Así pues, el empoderamiento de los
ciudadanos para que éstos a su vez puedan resolver algunos problemas que surgen
dentro de sus propias comunidades puede ser un buen paso de arrancada en este
ámbito.
Más
allá de la inviabilidad del asunto, el instaurar un sistema protagónico como
pretendieron los antiguos nos llevaría a exponer a las comunidades políticas de
hoy al mismo naufragio en el que se vio sepultada la polis en el ayer: el
convertir a todos los ciudadanos seres que desatendían sus asuntos privados en
tanto debían vivir exclusivamente por y para la vida política (pública). Aquí
opera una reflexión básica a la que podemos llegar a través de la lectura de
Sartori: Si todos estamos dedicados solamente a la política en el ágora, de
manera afanosa, ¿Quién se ocupa de producir los bienes de consumo que necesita
la ciudad? ¿Quién se ocupa de distribuirlos?. Así pues, sociedades altamente
tecnificadas como las de nuestros días, donde el correcto funcionamiento de las
mismas depende de que diversos sectores sean motorizados (la banca, las
industrias, la agricultura, el transporte, el comercio, las telecomunicaciones) dificilmente pueden darse el lujo de pasarse
permanentemente el día entero deliberando sobre "lo correcto" o
"lo incorrecto", "lo bueno" o "lo malo", "lo
moral" o "lo amoral" bajo el sol. De allí que las cámaras
parlamentarias y otros organismos de representación ciudadana estén plenamente
justificados en la sociedad contemporánea.
Quien vuelve a exaltar hoy la democracia
participativa no recuerda que en la ciudad
antigua eran los esclavos los que se dedicaban a trabajar y que la polis se hundió en un torbellino de exceso de
política. (Sartori, 2008, pp. 36-37)
En
resumen, la democracia viene a ser un permanente ejercicio de construcción, que
necesariamente la hace imperfecta. Es, en sí, una búsqueda contínua que va más
allá de los adjetivos que muchas veces se le tratan de endilgar (social,
económica, etc), en tanto comporta un sentido intrínseco de participación,
apertura y deliberación que la dota de una validez indiscutible como sistema
político, pero que además necesita canales de representación que la permitan ser efectiva en sociedades tan complejas y numerosas como son aquellas en las
que habitamos en la actualidad.
Importancia de las Constituciones en
la actualidad
Explicar el por qué de la vigencia
en nuestros días del pensamiento que estipula correcto el acto de crear
constituciones y a la vez promueve su respeto a ellas mediante el
constitucionalismo, resulta relativamente fácil si consideramos que, hoy como
ayer, ambas cosas siguen teniendo su razón de ser en lo que franceses y
norteamericanos se plantearon a grandes rasgos: limitar el poder y promover un
pacto común que permitiera guiar la organización y atribuciones del estado.
Así
pues, mientras luego de la Revolución Francesa el objeto del debate se afincaba
en promover un cuerpo jurídico que limitara el alcance del poder absoluto que
otrora detentaba el rey, en nuestros días las constituciones desempeñan un
papel similar al servir de marco regulador de las atribuciones que puede
tomarse un gobernante. El camino del constitucionalismo en Francia viene a ser
a la vez el del tránsito de un sistema político (La monarquía, que es llevada a
la guillotina) a otro (La naciente República); en nuestros días las
Constituciones (o mejor dicho el respeto a las mismas) demarcan similarmente
esa dicotomía entre: gobiernos que pretenden ejercer sus funciones sin control
alguno (autoritarismos despóticos) y aquellos que someten sus actuaciones a las
limitaciones que contempla la Ley (democráticos).
De
esta forma, la validez y pertinencia de la existencia de una constitución en
cada país parece ser la piedra angular para evitar que, allí donde existe un
gobierno, éste abuse de su poder o se extralimite adjudicándose atribuciones
que no le competen.
Son la constituciones además las que, más allá
de limitar el poder del gobernante, sirven para establecer de manera
sistemática la forma cómo debe organizarse el Estado, al punto que determinan
su división y dictan la hoja de ruta que deben seguir cada uno los Poderes del
mismo para que los sistemas democráticos funcionen correctamente. Aquí cobra
importancia el concepto central sobre la separación de los poderes públicos al
menos en tres: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, lo cual actualmente se
constituye en uno de los puntos de arranque de cualquier democracia moderna, en
las que, si éstos funcionan correctamente, uno ejerce el necesario contrapeso
sobre el otro para evitar la tentación a la que ya hemos aludido anteriormente:
el poder ilimitado del gobierno a través del Ejecutivo.
Ante
una eventual extralimitación del poder que quiera hacer de los ciudadanos ya no
unos sujetos de derecho sino una cadena de súbditos, se erigen las
Constituciones como una muralla, pues éstas resguardan al individuo frente al
Estado y le dotan de una serie de garantías básicas que le son inherentes,
tales como: el respeto a la vida, a la libertad de expresión, de tránsito, etc.
En
resumen, allí donde la posibilidad de la tentación autocrática y totalitaria
siga viva, como sucede en algunas partes del mundo, estará plenamente
justificada la razón de ser de las constituciones en nuestro tiempo, toda vez
que éstas representan una especie de camisas de fuerza ante cualquier eventual
desvarío de un gobernante que sueñe con la posibilidad de convertir a sus
gobernados en una masa que le pertenece y, que por ende puede manejar a su
antojo.
Nehomar Adolfo Hernández
Bibliografía
SARTORI, G (2008). Elementos de
teoría política. (6ta Ed.). Madrid: Alianza Editorial.