sábado, 18 de enero de 2014

La construcción de la democracia venezolana vista a través de tres momentos: Barranquilla, el Trienio Adeco y Puntofijo



Venezuela transitó casi todo el siglo XIX y buena parte del XX bajo la égida de caudillos y jefes militares que se prevalieron de su condición para monopolizar el poder político en el país. Así, a sangre y fuego, dejamos de ser una colonia del Reino de España para edificar una República a trompicones, donde la democracia lució siempre como una aspiración lejana y difícil de concretar.

Aún y cuando naturalmente existieron atenuantes, de José Antonio Páez a  Juan Vicente Gómez (pasando por los Monagas, Guzmán Blanco y compañía), el país se balanceó casi siempre entre la precariedad institucional y la necesidad permanente del hombre fuerte que dirigiera los destinos de la Nación; todo ello en un marco de profunda inequidad social donde el latifundismo, la corrupción, el abuso de poder, la persecución a la oposición al régimen de turno y las limitaciones a la libertad de expresión y asociación eran sólo algunos de los males que una maltrecha sociedad debía sortear. 

De allí que, como señalamos más arriba, la democracia luciera como algo tan utópico en aquel entonces: el tutelaje de los hombres de armas –encarnados primero en los caudillos que legó la Guerra de Independencia y luego en los militares de formación propios de la primera parte del Siglo XX- sobre la función pública chocaba frontalmente con la aspiración popular de desarrollar una democracia con un sistema de partidos políticos, libre ejercicio de la prensa, defensa de las libertades y derechos civiles de los ciudadanos, imperio de la Ley, búsqueda de disminución de la pobreza y, sobre todo, donde la conquista del poder se dirimiera a través de elecciones realmente libres y abiertas a la participación masiva de todos los estratos sociales.   

¿Estaba el pueblo venezolano preparado para la democracia? ¿Aspiraban los venezolanos la instauración del sistema democrático en nuestro país?. En el criterio de varios autores que eran partidarios del sostenimiento de los regímenes basados en el personalismo y la voluntad de un hombre fuerte este par de interrogantes tenía una respuesta negativa, siendo el más conspicuo representante de esta tesis el doctor Laureano Vallenilla Lanz. Según este acérrimo defensor del gomecismo, la trayectoria histórica de Venezuela daba suficientes luces para afirmar que nuestra sociedad no estaba preparada para decidir por sí misma y así, como si de niños pequeños se tratase, debían contar siempre con un padre que a través de su autoridad y capacidad para infringir miedo, les guiara.  

Con el correr de los años quedaría en evidencia que las presunciones de Vallenilla Lanz eran inciertas: los venezolanos, a través de la instauración del régimen democrático, fueron capaces de alcanzar un cúmulo de realizaciones considerables en diversos ámbitos, al punto que –aún con sus falencias- nuestro país se constituyó en un modelo de estabilidad política y desarrollo para el mundo por varias décadas. 

En este sentido, consideramos que en el tránsito de la sociedad venezolana de los regímenes autoritarios hacia la democracia hay tres momentos o episodios que comportan una alta importancia en su parto, puesta en escena y desarrollo. Estos tres momentos son: la redacción del Plan de Barranquilla por Rómulo Betancourt y sus colaboradores (1931), el ejercicio de gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno, episodio que también se conoce como “El trienio adeco” (1945-1948) y, finalmente, la firma del Pacto de Puntofijo (1958).

Nuestro criterio de selección en este caso estriba en aspectos que consideramos fundamentales para la instauración del régimen democrático en Venezuela y que a su vez se desarrollan dentro de los tres momentos históricos que hemos seleccionado: 1) La toma de conciencia sobre los problemas que truncaban la construcción del camino democrático en el país, así como la creación de una propuesta programática ante ellos, 2) La creación de partidos políticos modernos, 3) La instauración de las elecciones libres y plurales como método para conquistar el poder político, 4) Creación de la concepción del poder civil en Venezuela, por lo que los militares se someten a los civiles, 5) Construcción de una política de consensos entre actores altamente representativos de los intereses de la sociedad para lograr la estabilidad democrática en el país. 


La redacción del Plan de Barranquilla

Este documento, redactado por Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y otros dirigentes políticos que se encontraban el exilio en 1931 es quizá el primer análisis –con fines de oposición a Juan Vicente Gómez- que se hace de manera completa a la situación que atraviesa el país en la primeras décadas del Siglo XX. Allí además se incluirán una serie de propuestas programáticas que contrastan con lo que para entonces era el estado de cosas natural en la vida política venezolana.

Así pues, el cuadro económico y social descrito por Betancourt en el Plan de Barranquilla no es otro que el de la Venezuela depauperada y atrasada de principios de Siglo XX. En palabras textuales de Betancourt -y de quienes le acompañan en la confección de este trascendental documento político- para aquel entonces nuestro país atravesaba por un contexto caracterizado por tres elementos: el sostenimiento de una organización económica semi-feudal, la permanencia en el poder del caudillo como figura estelar y el proceso de doblegación a la penetración del capital extranjero.

En primer término, los autores del Plan contextualizan el problema argumentando que una vez finalizada la lucha por la independencia de Venezuela, se sostiene en nuestro país -durante todo el siglo XIX y hasta comienzos del XX- un sistema de apropiación de la tierra basado en la estructura latifundista, donde el peón de hacienda estaba condenado a llevar una vida de trabajo extenuante que era acompañada con la miseria y el vicio. Es en este escenario donde los dueños del país son los grandes propietarios de la tierra, quienes paradójicamente no eran otros que los caudillos que dejó el proceso de lucha por la Independencia y las posteriores guerras de montoneras de todo el Siglo XIX venezolano. 

De allí que sea precisamente también el caudillo, hombre de armas por excelencia, quien protagoniza la vida política del país hasta que el Benemérito, Juan Vicente Gómez -por cierto, el último de ellos-, logra acabarlos al entronizarse en el poder. Es así como la vida social venezolana discurre subyugada al mandamás de turno que impone su propia ley. Es en este contexto -invariable hasta cuando se escribe el Plan- que Betancourt y los suyos plantean su "programa mínimo" de propuestas que pretenden ser soluciones. 

El último elemento que se ataja en la elaboración del Plan de Barranquilla es la injerencia, cada vez más marcada, que están teniendo las transnacionales del petróleo en nuestro país. En la opinión de los firmantes del plan son estas empresas -que operan bajo condiciones verdaderamente leoninas- las que coaligadas con los latifundistas criollos sirven de sostén a Gómez y con ello a las deplorables condiciones de vida que sufre la empobrecida masa del pueblo venezolano.

 El jóven Rómulo Betancourt redactaría junto a 
otros líderes el "Plan de Barranquilla" en 1931

No es casualidad que el primer punto que plantea el “programa mínimo” del Plan de Barranquilla sea el de que los asuntos de gobierno (“la cosa pública” para quienes elaboran el documento) deben estar capitaneados por civiles, excluyéndose así al pernicioso elemento militar del manejo del poder político. 

Es en el estamento militar, pero más propiamente en el caudillista, que Betancourt y los firmantes del Plan ven el mayor signo de atraso del sistema político venezolano. Esta observación no es fortuita, puesto que efectivamente se puede apreciar que desde que entra en escena como gobernante el “Ciudadano Esclarecido”, José Antonio Páez, la historia del poder político en Venezuela no había sido otra cosa más que una sucesión de caudillos que aparecían tras permanentes “revoluciones” que no pasaban de ser guerras de montoneras. 

A lo largo de todo el Plan se advierte que es fundamental que para que Venezuela logre avances en materia política, social y económica es obligante el hecho de que dejen de ser los hombres de armas los que detenten el poder en el país. Es, en esencia, que Venezuela se baje del caballo para poder entrar en una senda de prosperidad. 

Este razonamiento es plenamente válido si tenemos en cuenta el hecho de que son precisamente estos caudillos –herencia de nuestras luchas independentistas y del sinfín de revoluciones que nos dejó el Siglo XIX- quienes mantienen a la vasta masa popular de venezolanos sumidos en un estado de pobreza estructural: ignorancia, analfabetismo, carencias económicas y materiales, enfermedades y vicios. Difícilmente puede esperarse otra cosa de unos hombres que, bajo una lógica primitiva, administran al país bajo un esquema similar al que utilizan para administrar sus latifundios; en esto el caso de Juan Vicente Gómez es el más elocuente. 

En todo caso, para Betancourt y los suyos lo capital es que sean los civiles -hombres de extracción popular muchos de ellos- que en vez de un arma esgrimían una serie de argumentos, los que lleven las riendas del poder político en el país. La premisa es clara: si lo que caracteriza al caudillo en funciones de gobernante es la corrupción y la sustitución de la ley por el compadrazgo, con la llegada de los civiles al manejo de la cosa pública se pretende erradicar estos males al fomentar un sistema de pulcritud  administrativa e imperio de la ley por encima del amiguismo. 


El ejercicio de gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno o “Trienio adeco”

Aún y cuando Betancourt, Luis Beltrán Prieto, Raúl Leoni, Gonzalo Barrios y Valmore Rodríguez acceden al poder al acompañar un golpe de estado encabezado por un grupo militar, el desempeño de la Junta de Revolucionaria de Gobierno (presidida por el propio Betancourt) abrirá de manera definitiva la compuerta para el establecimiento del sistema democrático en Venezuela. 

Para el periodista Simón Alberto Consalvi los sucesos del 18 de octubre de 1945 y su desarrollo posterior entrañan una importancia sustantiva en nuestra historia:

            La revolución de Octubre es el suceso de mayor significación política en la historia  venezolana desde la fundación de la República en 1830. Ningún otro suceso tuvo su profundidad, ni sus objetivos, ni sus conquistas, ni sus repercusiones. Entre sus principios fundamentales se inscribió el derecho al ejercicio de la soberanía popular, la modernización del país, las reformas políticas, económicas y sociales negadas por la vieja estructura del poder (…) (Consalvi, 2010, p.9)

Durante el ejercicio de gobierno de la Junta convergen 2 elementos que resultan importantísimos en el desarrollo de la democracia de nuestro país: 

-Nacen dos organizaciones políticas modernas, como es el caso de la Unión Republicana Democrática (URD) y el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei). Hasta entonces el abanico de partidos políticos venezolanos era reducido y, salvo por el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y la propia AD, su papel se reducía exclusivamente a trabajar como órganos de apoyo a las políticas del gobierno, sin presentar posiciones ideológicas claras ni mucho menos propuestas programáticas al país. 

-En 1947 Se realizan en el país las primeras elecciones libres (de carácter universal, directo y secreto) para escoger al Presidente de la República. En estos comicios Rómulo Gallegos se convierte en el primer civil de nuestra historia republicana en acceder a la presidencia por votación popular. Este hecho marca en sí mismo el comienzo de la democracia electoral en el país (aunque este inicio bien podríamos situarlo también en las elecciones que se habían realizado en 1946 para escoger a los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente), al tiempo que la elección de Gallegos marca el punto de inicio de la concepción civilista del poder en Venezuela, destinando a los militares a las funciones propias de su investidura y no al tutelaje de la vida política del país. 

Es importante recordar que, a pocos días de haberse consumado el golpe de Estado contra el gobierno de Isaías Medina Angarita, los miembros de la Junta habían firmado el compromiso de no concurrir como candidatos presidenciales en la elección de 1947. Así pues Betancourt y los demás dirigentes que le acompañaban en labores de gobierno son quizás los primeros políticos venezolanos que, pudiendo permanecer en el poder, hacen un ejercicio de despersonalización del mismo y apuestan al desarrollo institucional del país. 


La Junta Revolucionaria de Gobierno en pleno despacha desde Miraflores


Probablemente, todos estos hechos que hemos descrito son los que lleven al historiador Germán Carrera Damas a señalar que el mayor logro acometido durante el trienio es el rescate de la soberanía popular de los venezolanos, que venía siendo usurpada ininterrumpidamente desde que se instauró la República. Bajo este argumento Carrera sentencia que 1945 es “el primer año de la democracia venezolana”, a la vez que afirma:

            La fundación de la primera República liberal democrática representó el primer intento sistemático (…) de perfeccionar en la hoy Venezuela la abolición declarativa de la monarquía, realizada mediante la aprobación, el 23 de noviembre de 1811, de la Constitución Federal para los Estados de Venezuela. (Carrera en Consalvi, 2010, p.9).

Reiterando un punto que habíamos señalado más arriba, el politólogo Juan Carlos Rey caracteriza a la etapa de gobierno de la Junta Revolucionaria de gobierno como un momento donde la realidad del país cambia completamente, al producirse lo que, en pocas palabras, él cataloga como la irrupción de las masas en la política venezolana a través de los partidos políticos:

            Pues el nuevo orden que se trataba de implantar tras la «Revolución de octubre» significaba un cambio radical en las reglas de juego que hasta entonces habían regido la política, e implicaba la introducción de nuevos medios de intervención y nuevos jugadores y la irrupción de las masas en la misma. En adelante, los recursos para el éxito político no serán ya las relaciones o influencias personales de tipo tradicional, sino la capacidad para persuadir, organizar y movilizar a las masas. (Rey, 1991, p.539).

El trienio adeco finalizará con el golpe de Estado que depone a Rómulo Gallegos en noviembre de 1948. Para justificar esta nueva intromisión militar en los asuntos políticos del país se ha argumentado que AD ejercía el poder de manera sectaria en vista de su amplio apoyo popular. Ahora bien, estos baches –si es que efectivamente existieron- se tratarán de subsanar cuando, tras varios años de Dictadura Militar, las organizaciones políticas democráticas vuelvan a tener en frente la posibilidad de detentar la conducción política de Venezuela, luego de que se produzcan los sucesos del 23 de enero de 1958. 


La firma del Pacto de Puntofijo

Tras la rebelión popular con acompañamiento militar que estalla el 23 de enero y que termina deponiendo al General Marcos Pérez Jiménez, los tres grandes partidos políticos (AD, URD, Copei) que habían trajinado la lucha en la clandestinidad contra la Dictadura y que estaban comprometidos con la instauración de un régimen democrático en el país, se aprestan a firmar un pacto para hacer realidad tal fin. 

Actores contemporáneos de la vida política nacional se han empeñado en satanizar el Pacto de Puntofijo, en tanto valoran negativamente la consecución de acuerdos y consensos entre partidos políticos, sindicatos, empresarios y otros actores del sistema político. Nuestra perspectiva en cambio, ve con buenos ojos la negociación y eventual llegada a puntos de confluencia entre actores del sistema político siempre y cuando éstos sean altamente representativos de los intereses de quienes dicen encarnar, como en efecto sucedió durante buena parte de los 40 años que van de 1959 a 1999.


Betancourt, Villalba y Caldera firman el "Pacto de Puntofijo"


A propósito de esto, Juan Carlos Rey apunta que el Pacto entrañaba algún propósito de enmienda ante eventuales errores que hicieron naufragar el experimento democrático adelantado entre 1945 y 1948:

            El régimen democrático que se instaura en Venezuela después de 1958 está fuertemente marcado por la experiencia traumática del trienio 1945-1948, y es un intento deliberado de evitar los errores y deficiencias de aquel ensayo fallido. Con tal fin se trató de lograr un amplio consenso entre los principales actores políticos y sociales en torno a unas reglas de juego básicas del orden político (Rey, 1991, p.542) 

Así pues, la democracia bajo la figura de pactos institucionales que aseguren la gobernabilidad y el buen desempeño del gobierno hacia la estabilización de un régimen de libertades e imperio de la Ley, resulta clave en los procesos de transición. De allí nuestra valoración positiva de este tipo de acuerdos. 

En el caso venezolano, que solamente excluyó de la firma del acuerdo -pero no del ejercicio de la actividad política- al PCV (dada su reticencia al establecimiento de la democracia en el país), se asumió un compromiso de tres aristas por parte de los partidos políticos firmantes, que Naudy Suárez Figueroa resume en: 

a) La “defensa de la constitucionalidad y del derecho a gobernar conforme al resultado electoral”; b) la “conformación de un gobierno de Unidad Nacional” y c) la “suscripción de un programa mínimo común” (Suárez, 2006, p.19)

Puntofijo y los pactos adelantados en 1958 (El avenimiento obrero-patronal, por ejemplo) marcan así un intento sin precedente en Venezuela por incluir a sectores heterogéneos del sistema político en arreglos que tendieran al fortalecimiento institucional a todo nivel y hacia la instauración definitiva del régimen democrático en nuestro país. 

En definitiva, son estos tres momentos históricos (Barranquilla, El Trienio Adeco y Puntofijo) los que configuran y dan pie al establecimiento de la democracia en Venezuela. Como pudimos ver, cada uno de ellos da cuenta de una etapa de maduración distinta al anterior en lo que al pensamiento democrático se refiere y es a través de esa madeja -que se va tejiendo con los aportes que deja cada uno de estos episodios- como podemos caracterizar eso que luego será el período de los 40 años de lo que el propio Germán Carrera Damas ha denominado la “República Civil” en nuestro país.


BIBLIOGRAFÍA

Betancourt, R [et al.] (1931). “Plan de Barranquilla”. Extraído el 12 de enero de 2014 de http://www.analitica.com/bitblioteca/venezuela/plan_de_barranquilla.asp

Consalvi, Simón A. (2010). “La revolución de octubre (1945-1948): la primera República Liberal Democrática”. Caracas: Fundación Rómulo Betancourt.

Rey, Juan C. (1991). “La democracia venezolana y la crisis del sistema político de conciliación”, en: Revista de estudios políticos (Nueva Época), No. 74, Octubre-Diciembre, págs. 533-578.

Suárez, Naudy (2006). “Punto Fijo y otros puntos: los grandes acuerdos políticos de 1958”. Caracas: Fundación Rómulo Betancourt.

Nehomar Adolfo Hernández (*)

(*) Trabajo final elaborado para la asignatura "Sistema Político Venezolano", dictada por el Prof. Gustavo Salcedo Ávila en la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolivar (USB) Caracas-Venezuela

lunes, 13 de enero de 2014

El liderazgo de Fernando Henrique Cardoso como factor clave en la instauración de la democracia brasileña


Fernando Henrique Cardoso


Brasil es uno de los países de América del Sur que más dificultades atravesó para establecer un sistema democrático. Este gigante experimentó en el siglo pasado varios golpes de estado, el montaje de una cultura política apalancada en el corporativismo y la corrupción, la instauración de una dictadura militar que gobernó el país por espacio de 21 años, la poca o nula consolidación de un sistema de partidos y, por último pero no menos importante, la existencia de niveles alarmantes de pobreza y de desigualdad en la distribución del ingreso.   

Ahora bien, en el período de transición a la democracia de Brasil (1985 en lo sucesivo) encontramos a una figura clave: el expresidente Fernando Henrique Cardoso. Este académico -devenido en primer mandatario nacional tras la elección presidencial de 1994- representa, en nuestro criterio, un antes y un después en el camino hacia la construcción de la democracia de dicho país. Así pues, planteamos que el liderazgo político ejercido por Cardoso durante su período de gobierno (1994-2002), y visto a través de cuatro variables concretas que deja entrever Bolívar Lamounier (1999), pavimentó el camino para la construcción de la democracia brasileña; estas variables son: a) Concretar reformas económicas orientadas al mercado; b) Haber dotado a la figura presidencial de liderazgo político sólido; c) Superación del fantasma del tutelaje militar propio del Siglo XX y d) Haber contribuido a la estabilización del sistema de partidos.

Reformas económicas orientadas al mercado

Brasil pasó casi todo el Siglo XIX constituido como una Monarquía, en donde imperaban las relaciones económicas esclavistas protagonizadas por un puñado de terratenientes y grandes masas campesinas. Luego, durante la instauración de la República, en 1889, se abolió la esclavitud, pero la figura del gobierno central no logró instaurar un plan económico claro, más allá de sustentar la economía del país en la exportación agrícola (y por ende en los sectores rurales), principalmente de productos como el café. 

Con la llegada de Getúlio Vargas al poder, tras el golpe de Estado en 1930, se asistiría a la centralización de la económica, sentando los cimientos para la creación del modelo de industrialización y desarrollo tutelado por el Estado central que preservaría Brasil hasta la llegada de las reformas económicas de Cardoso, en los 90. Sobre este episodio refiere Lamounier:

        The main institutional result of the movement headed by Getúlio Vargas was an irreversible increase in central autority: the federative excesses of the First Republic wer curtailed: government intervention in the economy was legitimized to a far greater degree (…) (Lamounier, 1999, p.142)

La entrada de Vargas en acción marca el inicio de una política que busca recoger a través de la centralización, la agenda económica que otrora era tutelada por terratenientes locales y que no respondía a ningún criterio de modernización. Con ello, se inaugura en escena un nuevo actor económico: las clases urbanas trabajadoras que tenían como ámbito laboral sitios distintos a las tradicionales plantaciones de café y otros productos agrícolas de la provincia brasileña. 

 Getúlio Vargas

La política de desarrollo económico apalancada en la industrialización, pero a la vez en el proteccionismo tutelado desde el estado central será clave durante el período de la dictadura militar (1964-1985). Esta línea de acción hará que se llegue a hablar del “milagro brasileño”, dadas las altas tasas de crecimiento económico que exhibió el país durante varios años; crecimiento opacado por altas tasas de desigualdad en la distribución del ingreso, que se traducían en niveles ostensibles de pobreza. Aunado a ello, durante la llegada de los 80 y la llamada época de la “crisis de la deuda” de los países latinoamericanos, Brasil comenzará a pagar caro la excesiva centralización de su economía.

Durante el establecimiento de la República, y también durante la era militar, Brasil pasó de ser un país eminentemente rural, a uno donde –como señalamos más arriba- la clase urbana (compuesta mayormente de técnicos, profesionales y trabajadores industriales) cambió la realidad económica del país. Este cambio vendría a ser asimilado en su totalidad bajo la administración de Cardoso y sus políticas económicas orientadas a reformar la economía tradicionalmente centralizada y proteccionista del país por una de nuevo cuño donde el mercado tenía más peso.

Esta variable nos sitúa en dos apartados importantes del estudio de Diamond, Hartlyn, Linz y Lipset (1999): la descentralización del Estado (comprendida dentro de la dimensión del “State Structure and Strenght”) y la capacidad del liderazgo político de reaccionar a las crisis económicas (comprendida dentro de la dimensión del “Political Leadership”). Así pues, Cardoso tomó la decisión de realizar un cambio de paradigma y logró abonar el camino para reorientar la tendencia centralizadora, proteccionista y paternalista de la economía brasileña. Este conjunto de reformas económicas, enmarcadas dentro del llamado “Plan Real”, contribuirían también a disminuir considerablemente los escándalos de corrupción en el país:
  
    Real Plan repeatedly emphasized that complementary reforms, some requiring constitutional amendments, were needed to ensure fiscal balance and consolidate monetary stability. They also forcefully advocated reducing the entrepreneurial role of the public sector through privatization and flexibilization of the existing constitutional monopolies in oil and telecommunications in order to allow for public-private partnerships (Lamounier, 1999, p.179) 

Cardoso dota a la figura Presidencial de liderazgo político sólido

Brasil es el único país de América Latina que antiguamente estuvo colonizado por los portugueses. Aunado a ello, este gigante no debió experimentar las terribles guerras de independencia que libraron sus pares, dado que su separación de Portugal se produjo en términos pacíficos. Luego de esta separación Brasil siguió existiendo bajo un régimen monárquico propio hasta finales del Siglo XIX, régimen que nunca estuvo amenazado por cruentas guerras civiles como las que tuvieron lugar en otros países de América del Sur. 

Esta relativa calma en la que se desenvuelve el clima político en Brasil durante la mayor  parte del Siglo XIX y un buen trozo del XX explica la ausencia de la existencia de la figura del caudillo nacional en dicho país (donde la expresión más cercana al mismo eran los “Coroneis” locales). Con esto queremos señalar que Brasil nunca tuvo que sortear los infiernos del personalismo político a gran escala, cosa que se demuestra en el mero hecho de que, durante la dictadura militar que gobernó la nación por espacio de 21 años (1964-1985) se alternaron en el poder 5 Presidentes distintos. 

Ahora bien, esta tendencia a la despersonalización del poder nacional (específicamente en la figura del Presidente de la República) amén de tener una lectura positiva en el proceso de democratización brasilero, también trajo consigo una suerte de disfunción de la figura Presidencial, la cual en reiteradas ocasiones –especialmente durante el período de transición a la democracia posterior a 1985- se mostró atada de brazos o incapaz de actuar con la potestad suficiente para implementar políticas desde el gobierno.

    (…) The other factor was insufficient presidential leadership –in part a result of the protracted nature of the Brazilian transition from military to civilian rule from the mid 1970 to the mid 1980s- which weakened the presidential office as such, and in part a result of the fact that each President, from General Figuereido to Itamar Franco, for different reasons failed to provide constructive leadership. (Lamounier, 1999, p.180)

Esta disfunción se resuelve durante la gestión de Cardoso en parte porque, al ganar la elección de 1994, contará con mayoría de representantes tanto en el Senado como en la Cámara Baja brasileña (algo irregular en la historia política de ese país hasta entonces), pero también, en nuestro criterio, producto de una decidida acción que opera dentro de la dimensión del liderazgo político de Cardoso, quien decidió emprender un ambicioso programa de reformas que marcaría un antes y un después en la historia política de Brasil.

Nuestra hipótesis se avala además en el hecho revelador que constituye la victoria de Cardoso en las Presidenciales de 1998, con lo  que él se convierte en el primer Presidente que consigue ser reelecto inmediatamente, desvirtuando la tradición política brasileña que hacía inconcebible que un Presidente pudiera repetir en el poder sucesivamente. Este apoyo a la reelección de Cardoso parece sustentarse en el hecho de que las reformas que había acometido durante su primer mandato eran demasiado ambiciosas como para que éstas pudieran concretarse en apenas 4 años de gobierno:

      In Brazil the right to run for one consecutive reelection had always been considered unacceptable out of fear that incumbents would use the governmental machine to stay in power (…) Yet with the election of Cardoso and the launching of long term structural reforms, reelection became more acceptable, and a constitutional amendment was finally approved in 1997. In fact, support for reelection had become stronger as constitutional reforms (Lamounier, 1999, pp. 182-183)

Superación del fantasma del tutelaje militar propio del Siglo XX

Aún y cuando –como describimos más arriba- el Siglo XIX brasileño y las primeras décadas del XX transcurrieron en relativa paz y con un papel discreto por parte de los militares, hay dos episodios donde este sector de la sociedad adquirió un protagonismo que signó buena parte de la historia política del país durante un buen tiempo: el golpe de Estado de Getúlio Vargas en 1930 y la salida del poder de Joao Goulart por un golpe de Estado en 1964. 

De hecho, la salida de Goulart de la Presidencia ha sido referida innumerables veces como una muestra patente de la llamada “doctrina de la seguridad nacional”, que atribuía a los militares la supuesta potestad de proteger a sus países de la llegada del comunismo, todo ello en una época enmarcada en el enfoque del mundo bipolar (bloque pro Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas vs bloque pro Estados Unidos de América). 

Sin embargo, y por el recorrido que hace Lamounier de la historia política brasileña, esta visión tenía precedentes claros incluso desde el arribo de Vargas al poder. Así pues, la inauguración de la primera República Brasileña comporta la primera intervención de militares en política, en este caso para deponer a la monarquía gobernante:

      When Marshall Deodoro Fonseca marched before tropos in Rio de Janeiro on November 15, 1989, signaling the change of regime, military discontent with the monarchy had already reached its peak (…) (Lamounier, 1999, p.140).

Así pues, la aparición de Getúlio Vargas en 1930 y posteriormente de Castelo Branco (y de sus sucesores durante la dictadura militar inaugurada en 1964) viene a resumir lo que este autor cataloga como una fuerte injerencia del componente militar en los asuntos políticos brasileños durante todo el siglo XX, injerencia que en este caso es catalogada como una especie de “tutelaje militar” siempre latente.

Ahora bien, con la llegada de la transición democrática que pone fin a la dictadura los militares claudican  –al menos como protagonistas- en su afán de retener o tutelar el poder político brasileño. Esto se hace especialmente notable durante la gestión de Fernando Henrique Cardoso, quien logra gobernar durante 8 años seguidos sin levantamientos militares y, más importante aún en nuestro criterio, entrega el poder a Luis Ignacio “Lula” Da Silva (histórico representante de la izquierda en ese país) sin ningún tipo de intervención militar torpedease la transferencia de la jefatura de Estado.
             
Estabilización del sistema de partidos

La revisión histórica hecha por Lamounier deja entrever que Brasil, a diferencia de otros países de la región, no transitó de la tradicional estructura de partidos Liberal vs. Conservador propia del siglo XIX hacia organizaciones políticos que lograran echar raíces sólidas dentro del sistema político propio de ese país. 

Esta variable, que opera dentro de las llamadas “Political Institutions” de Hartlyn, Diamond, Linz y Lipset (1999), tiene en nuestro criterio un peso considerable en la construcción de los procesos de democratización de un país. Así pues, valoramos la actuación de los partidos políticos (y por ende el juego por la disputa del poder a través de la construcción de un sistema de partidos sólido) como un componente sine qua non para la institucionalización del régimen democrático.

Durante el siglo XX no se desarrollan partidos en Brasil que logren altos niveles de institucionalización, como por ejemplo lo lograron la Unión Cívica Radical (UCR) en Argentina, Acción Democrática (AD) en Venezuela o el Partido de la Revolución Institucional (PRI) en México. En el caso brasileño hablamos, en todo caso, de organizaciones políticas que entran en escena y al poco tiempo se ven mermadas en su apoyo electoral o simplemente terminan desapareciendo. Es precisamente esta precariedad de un sistema de partidos sólido lo que, aparejado a la carencia de liderazgos políticos importantes lo que, en nuestra opinión, logra superar Cardoso durante su gestión. 

Es justo decir que la constitución de organizaciones políticas sólidas en el Brasil del siglo XX probablemente se haya visto torpedeada por las restricciones a la actividad partidista que se dieron durante los períodos militares a los que hemos hecho alusión más arriba: el llamado “Estado Novo” de Getúlio Vargas y la dictadura militar que arranca en 1964; siendo que mientras Vargas vetó absolutamente cualquier actividad partidista para eliminar a la oposición, Castelo Branco y sus sucesores militares organizaron el sistema de partidos de manera que existiese solamente un partido opositor en el que tuvieron que confluir corrientes ideológicas que nada tenían que ver entre sí.

En este sentido, el Brasil de la transición democrática será, como refiere Lamounier, un país orientado al multipartidismo donde eventualmente aparecen unas organizaciones políticas, otras desaparecen y  otras tantas mutan o cambian de nombre. Este hecho interfiere en múltiples ocasiones en los niveles de gobernabilidad del país, dado que la composición parlamentaria era tan variada y a la vez tan desorganizada que al Presidente de turno se le hacía cuesta arriba llegar a acuerdos serios con una determinada bancada para lograr apoyo a sus planteamientos. 

Luis Inácio "Lula" Da Silva

Tras el ejercicio de gobierno de Fernando Henrique Cardoso (que arranca en 1994), este multipartidismo tendió a inclinarse cada vez más a un sistema bipartidista protagonizado por el Partido de los Trabajadores de Lula Da Silva (PT) y el Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB) capitaneado por el propio Cardoso. No en vano desde 1994 hasta la última elección presidencial de dicho país (realizada en 2010) el porcentaje de votos de los electores se ha distribuido mayoritariamente entre los candidatos de estas dos fuerzas políticas: una que recoge orientaciones de izquierda y centro-izquierda, en tanto que la otra se apalanca sobre ideas de centro y centro-derecha). Esta nueva realidad del sistema político brasileño es, en nuestro juicio, reveladora de un favorable incremento en el nivel de institucionalización en el sistema de partidos de ese país, todo ello a través de estas dos fuerzas políticas que se alejan de los radicalismos ideológicos. 

Un punto importante en este sentido es que ni Cardoso, ni el Propio Lula Da Silva –quienes en su momento fueron reelectos y luego dejaron el poder con altos índices de popularidad- han manifestado la intención de volver a buscar la Presidencia. Este simple hecho es, para nosotros, remarcable en lo que a institucionalización de los partidos políticos se refiere.  

Caricatura alusiva a la lucha electoral por el poder que han sostenido el PT y PSDB en Brasil desde 1994

En resumen, observamos cómo las variables: (a) Reformas económicas orientadas al mercado; b) Haber dotado a la figura presidencial de liderazgo político sólido; c) superación del fantasma del tutelaje militar propio del Siglo XX y d) Haber contribuido a la estabilización del sistema de partidos, que operaron durante la gestión de Fernando Henrique Cardoso y producto de su liderazgo (1994-2002) fueron definitivas en la construcción del sistema democrático brasileño. 

Bibliografía

Diamond L, Hartlyn J, Linz J & Lipset S. (1999). Democracy in developing countries. Colorado: Lynne Rienner. 

Nehomar Adolfo Hernández (*)
(*) Paper elaborado para el seminario "Las democracias en América Latina" dictado por el Profesor Adolfo Vargas en la maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar. Caracas-Venezuela