El poder como ejercicio del consenso
A
lo largo de toda la obra "Sobre la Violencia" de Hannah Arendt se
advierte la intención marcada de la autora en someter a revisión -desde una
perspectiva particular- algunos conceptos que tradicionalmente están asociados
a la praxis política. Aún y cuando las disertaciones sobre la noción de
violencia, guerra y conflicto copan buena parte del libro, otros conceptos de
importancia capital también son estudiados en esta obra; tal es el caso de una
nueva conceptualización del asunto del poder
que hace explícita Arendt.
En
tal sentido, la autora de origen judeo-alemán busca establecer una suerte de dicotomía entre dos aspectos que
constituyen parte -quizás protagónica- de lo
político: el poder y la violencia. De allí pues, la visión particular de
Arendt buscará hacernos comprender que estos dos conceptos se pueden entender
en la medida en la que el uno refleja -por definición- la negación del otro.
El poder y la violencia son opuestos; donde
uno domina absolutamente falta el otro.
La violencia aparece donde el poder está en peligro pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al
poder. Esto implica que no es correcto
pensar que lo opuesto de la violencia es la no violencia; hablar de un poder no violento constituye en realidad una redundancia. La violencia
puede destruir al poder; es
absolutamente incapaz de crearlo. (Arendt, 1970, p. 77)
Ahora bien, para hacer más clara
esta distinción conviene comprender que la autora estima que el poder, más que
un vehículo para la represión legítima, la admistración del "orden" o
la estructuración estratificada de relaciones verticales entre el gobernante y los gobernados, es un
ejercicio permanente de consenso.
Aquí el meollo de la discusión descansa en la construcción alternativa que hace Arendt de la visión que tienen autores como
Maquiavelo, Hobbes o Weber, donde el poder pasa de ser un asunto que se resume en
la ecuación mando-obediencia a ese entramado mucho más complejo que se da en el
ámbito de las relaciones sociales y donde, a través del debate constante, se
persigue el llegar a puntos de coincidencia; es decir: a la consecución de acuerdos.
Conviene reflexionar si lo expuesto
por Arendt es simplemente una visión alternativa a la de los autores que hemos
mencionados anteriormente o, si más allá de eso, tiene pretensiones de trascender las concepciones
maquiavélicas o weberianas del poder. De acuerdo a las propias palabras de la
autora, la intención parece ser esta última, en tanto y en cuanto pretende superar y al mismo tiempo complementar la definición de poder
usualmente estudiada en la ciencia política; todo ello al estimar que: "Poder
corresponde a la capacidad humana, no simplemente para actuar, sino para
actuar concertadamente. El poder nunca es propiedad de un individuo; pertenece
a un grupo y sigue existiendo mientras que el grupo se mantenga unido."
(p.60)
Así
pues, Arendt no concibe lo poderoso
en los términos de la mandonería propia de un tirano que, a través del terror y
la violencia, coacciona a un
conjunto de personas para imponer su voluntad, sino que por el contrario estima
que habrá poder efectivo allá donde la toma de decisiones se produzca al calor
de lo consensuado, habrá poder donde
más allá de las imposiciones, haya acuerdos
generados a través del diálogo.
Esta
visión de la autora, seguramente muy influenciada por su vivencia personal
vinculada a las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y la persecución del
pueblo judío preconizada por el régimen Nazi alemán, es una abierta invitación
a repensar cómo concebimos que una
Nación es "poderosa": si lo hacemos como un sistema donde reinan la
amenaza y la permanente latencia de la guerra (interna y externa) contra quien
disiente del "gobierno fuerte", o bien como una sociedad que -apalancada
en el diálogo- llega a puntos de vista en común que permiten enrumbar los
barcos de un verdadero proyecto nacional
hacia un sólo puerto.
El poder, la violencia y la revolución
Como
se ha mencionado más arriba, poder y violencia son conceptos que para Arendt
son imposibles de desvincular el uno de el otro. Esto es, comprender ambas
nociones como antagónicas: cuando el rango de acción de una va in crescendo el de la otra, lógicamente,
se reduce. Así pues, se hace evidente que -en medio de la concepción del poder
consensuado que se estableció antes- cuando alguien emprende el sendero pleno
de incertumbre que representa la violencia los cimientos del poder que dice
detentar se fracturan.
Cuando
una nación decide iniciar una guerra el llamado al conflicto -necesariamente- debe
legitimarse, generalmente a través de explicaciones en la arena política en
aras de hallar una justificación; es en ese interín cuando el supuesto poder de
los gobernantes pudiese comenzar a ser puesto en entredicho. Desde otro punto
de vista, si la guerra se emprende sin que medie argumento alguno (por
criticable que éste pueda ser) la acción violenta no gozará de legitimidad, por
lo que el cuestionamiento al poder -y su tambaleo- es el destino más seguro.
En
todo caso, para Arendt la violencia no
es, en lo absoluto, definible en sí misma, puesto que entraña un carácter
meramente "instrumental" (p.63), donde ésta dificilmente puede ser
concebida como un fin, más aún cuando siempre sirve como herramienta o medio
para lograr otros objetivos (conquistar nuevos territorios, por ejemplo). A
través de esta concepción también podemos entender por qué los intentos de imponer a troche y moche algo (a través de amenazas o de escaladas
de violencia) son abierta contraposición y reducción de la esfera del poder
(visto como espacio de consenso y concierto de ideas).
Sobre
el tema de las revoluciones Arendt
destaca un aspecto que es capital: estas no se hacen por obra y gracia de las
pasiones desbordadas ni por un mero instinto de exacerbación de la violencia,
sino que por el contrario están ineludiblemente ligadas al sentido de la oportunidad de quien pretenda liderizarlas; esto es,
ni más ni menos, que el tener ese olfato que permite detectar una serie de
condiciones que garantizan el éxito de la revolución. Lo de Arendt no viene a
ser una revelación o una novedad, puesto que ya el propio Lenin en sus escritos
previos a la puesta en marcha de la "Revolución Bolchevique" advertía
que para que ésta fuese exitosa se debía esperar un momento oportuno donde se
presentaran una serie de condiciones específicas que garantizaran la toma
efectiva del poder.
Si
nos seguimos remitiendo al caso específico de la Revolución Rusa, resulta
evidente que la afirmación de que "revolucionario es aquel que reconoce
cuando el poder está en la calle y sabe cómo tomarlo" cobra cierta verosimilitud. Todo ello en la medida
en que Lenín aprovecha la magnitud del poder
que representa para entonces la gran masa de obreros que están dispuestos a
salir a la calle para reclamar sus derechos y constituye una vanguardia que
dote de dirección política a ese movimiento, al tiempo que se aprovecha de la
condición histórica de declive en la que venía sumiéndose el otrora poderoso régimen
zarista.
Nehomar Adolfo Hernández
Bibliografía
ARENDT, H
(1970). Sobre la violencia. Madrid:
Alianza Editorial
*Trabajo realizado por el autor para la asignatura "Elementos para el análisis político" de la maestría en ciencia política de la Universidad Simón Bolívar (USB)