martes, 1 de octubre de 2013

Concepción de la propiedad privada en Locke: el trabajo como motor de transformación del hombre y su entorno

Un tema que no puede pasar inadvertido cuando reflexionamos sobre lo político en nuestros días es el concerniente al asunto de la propiedad privada. ¿Cómo nace? ¿Bajo qué argumentos se sostiene? ¿Es ésta el centro y origen de las desigualdades que existen entre los hombres en las sociedades modernas? ¿Puede ser vista como una palanca que media en la búsqueda del progreso humano?.  Son éstas sólo algunas de las preguntas que  podemos plantearnos al respecto; preguntas que pueden tener un interesante abordaje desde la perspectiva que plantea el filósofo británico John Locke en su “Ensayo sobre el Gobierno Civil”.

El nacimiento de la propiedad privada

Bajo la visión de que una entidad superior (Dios en este caso) ha creado un mundo vasto en recursos naturales -que a su vez están a la mano del hombre para que éste se beneficie de ellos- Locke comienza a edificar su razonamiento sobre el surgimiento de la propiedad privada en medio del llamado “estado de naturaleza”. La particularidad de la argumentación del filósofo británico es, de entrada, interesante en grado sumo; ya que dicho planteamiento se sustenta en suponer que el hombre, mucho antes de que se instituyeran las Leyes, el Estado y la llamada sociedad civil, decide de manera racional tomar posesión de un determinado pedazo de tierra para cultivarlo y obtener alimentos que le permitan prolongar su existencia.

John Locke 

Hay así un convencimiento absoluto en Locke sobre la bondad de Dios en el reparto de árboles frutales, tierras fértiles para el cultivo de cereales y animales silvestres perfectos para la caza que están destinados al aprovechamiento por parte del hombre quien, dicho sea de paso, estaría cometiendo un grave error al desperdiciar estos recursos que el divino creador ha puesto deliberadamente en su camino para que él los tome.  

Dios, que dio a los hombres la tierra en común, también les proporcionó la razón para que la utilizasen de la forma más ventajosa para la vida y más apta para todos. La tierra, y todo lo que ella encierra, se le dio al hombre para su sustento y bienestar. (Locke, 1987, p. 49)

Visto hasta aquí, el razonamiento del británico podría asociarse con una forma de ensalzar la ley del más fuerte o del más astuto del valle; sin embargo el argumento de Locke para ilustrar el nacimiento de la propiedad privada camina en otra dirección. Así pues, el apropiarse de algo no será un asunto netamente vinculado a desear, sino que más bien viene a realizarse en el plano del esfuerzo que realice el hombre para transformar ese deseo en una realidad material que, en último término, pueda saciar una necesidad que a éste se le presente. Bajo esta concepción, la propiedad privada surge en el mismo momento en el que un individuo, obedeciendo a su razón, decide dedicar todo su empeño en transformar una simple semilla en una jugosa manzana, o bien cuando -en vez de dejarse morir de inanición- utiliza todo su ingenio para elaborar un instrumento que le permita cazar liebres y se va al bosque a procurarse el alimento.   

El punto neurálgico en el razonamiento Lockeano es, como ya hemos adelantado, el entender como algo natural la apropiación por parte de los individuos de ciertos bienes que provee la naturaleza, en tanto y en cuanto los mismos han sido concedidos por gracia divina para que el hombre pudiese alimentarse y así dar cumplimiento a lo que Hobbes ya  sentenciaba como la primera gran ley natural, a saber: que el hombre se protegiese a sí mismo y lograra preservar su existencia.  

El animal es propiedad del que aplicó su trabajo para cazarlo, aunque antes perteneciese a todos por derecho común. Esta primitiva ley de la Naturaleza, a través de la cual comienza a darse la propiedad en aquello que antes era común, sigue estando en vigor aún entre quienes forman la parte civilizada del mundo (Ibídem, p.52).

 
Jean Jacques Rousseau 

Por el contrario, Jean Jacques Rousseau asomará en su “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” que el surgimiento de la propiedad privada es solo el comienzo de una cadena de desgracias para el género humano, cosa que se traducirá en interminables enfrentamientos entre semejantes y que a su vez se acentuará cuando el hombre decida abandonar el estado de naturaleza para someterse así al gobierno civil, figura que, desde su perspectiva, viene a oprimir la libertad natural que es inherente al individuo desde su nacimiento.

En Rousseau, a diferencia de Locke, se advierte la creencia de que el surgimiento de la propiedad desata lo peor del hombre: egoísmo, vanidad, usura e ira. Para el ginebrino, el acto de apropiarse de un pedazo de tierra constituye una afrenta contra el estado de felicidad en el que viven los hombres bajo una suerte de comunitarismo primitivo, donde nadie es dueño de nada y por tanto las bajas pasiones del hombre no tienen espacio para aflorar.   

El primero a quien, después de cercar un terreno, se le ocurrió decir “Esto es mío”, y halló personas bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, muertes, miserias y horrores habría ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o arrasando el foso, hubiera gritado a sus semejantes: ¡Guardaos de escuchar a ese impostor! (…) (Rousseau, 1973, p.101) 

En la concepción Rousseauniana el hombre en estado de naturaleza es perfectamente feliz porque vive en un mundo donde puede procurarse todo lo que necesita sin competir con el otro. En dicho estado el ser humano puede realizar su felicidad personal sin necesidad de apegarse a ningún bien material. De hecho, a través de esta concepción se sustenta la creencia de que quien toma posesión de la tierra, lo hace en virtud de que es -o pretende ser- más fuerte o más astuto que el otro, y por tanto abusa de él. Ahora bien, en Locke la visión sobre cómo y bajo qué argumento se puede validar el acto de apropiación es enteramente distinta a la del Rousseau. Revisémosla a continuación: 

El trabajo como factor de transformación de la realidad del hombre

Sin introducir abiertamente elementos de juicio moral, detrás de la visión que presenta Locke subyace la respuesta a una cuestión fundamental: si todos los hombres tienen igualdad de oportunidades para erigirse en “propietarios” cuando operan en estado de naturaleza, ¿Por qué razón unos lo logran mientras que otros terminan viviendo casi en la mendicidad?. La respuesta para el inglés parte de un premisa que resultará clave para entender todo su tratado sobre el gobierno civil: es el esfuerzo por cuenta propia que decide hacer el hombre para transformar un bien natural (una extensión de tierra) en un producto útil para su provecho (un cultivo de hortalizas) lo que en última instancia determina y hace válido que éste pueda ser el propietario de dicho bien.  

(…) Por tanto, siempre que cualquiera arranca una cosa del estado en que la creó y la dejó la Naturaleza, ha puesto algo de su esfuerzo en esta cosa, le ha añadido algo que es exclusivamente suyo; y por ello, la ha convertido en su propiedad. Habiendo sido él quien la ha separado de la condición común en que la naturaleza situó esa cosa, ha agregado a ésta, por medio de su esfuerzo, algo que elimina de ella el derecho común de los demás. (Locke, 1987, p. 50)

El punto expuesto por Locke sitúa al trabajo como elemento esencial en la transformación de la realidad del hombre, quien comienza a percatarse paulatinamente de que a través de éste puede, en primer lugar, lograr preservar su existencia y, en añadidura a ello, lograr hacerla cada vez más placentera. El trabajo encierra así una interesante paradoja: no es placentero per sé, pero el hombre lo realiza para poder vivir mejor.          

Detrás de todo esto gravita una máxima que Locke parece querer asomarnos sin gritarlo abiertamente: la calidad de vida que pueda llegar a tener el hombre en la tierra será directamente proporcional al nivel de esfuerzo que realice éste para procurársela. Entendemos como calidad de vida la cobertura de necesidades materiales del ser humano: comida, vivienda y vestido, por ejemplo.

 

Ahora bien: ¿Es el asumir al trabajo como elemento transformador de la realidad y en consecuencia la aparición de la propiedad privada lo que, inexorablemente, impulsa al hombre a abandonar el estado de naturaleza para vivir bajo la figura del gobierno civil?. Bajo la argumentación Lockeana puede intuirse que, en parte este razonamiento es válido. Lo es en tanto la aparición de la propiedad dota al hombre de la necesidad de resguardar sus bienes de cualquier daño y a la vez de la facultad para hacer con ellos lo que mejor le plazca. Para evitar que le roben o le dañen una parcela de tierra que él ha trabajado y a la vez para celebrar contratos con otros hombres, el individuo requiere de una autoridad que, en atención a una ley, le resguarde. Es allí donde entra en escena el Estado como figura necesaria.

El gobierno civil surgirá entonces como indispensable artificio para resguardar la libertad del hombre, esto es: para que este pueda proteger su vida, pero fundamentalmente para que este pueda resguardar lo que, mediado por su esfuerzo, ha hecho suyo. Si bien para Locke en estado de naturaleza los hombres son perfectamente capaces de llegar a acuerdos para no aniquilarse entre sí o bien para respetar sus propiedades e intercambiar bienes, no hay autoridad que haga cumplir una sanción en caso de que una de las partes decida quebrantar un determinado pacto, por lo que entonces se hace necesario un código común que permita vivir de acuerdo a ciertas reglas (La Ley) y un ente que sea capaz de juzgar y aplicar dicho código (El Estado o gobierno civil).   

Trascendiendo el momento de la aparición del gobierno civil, si ponemos en perspectiva el argumento de Locke que hemos descrito hasta aquí, bien puede pensarse que las sucesivas mejoras que ha incorporado el hombre a su vida durante toda la historia de la humanidad sólo han sido posibles gracias al acto –mediado por la razón- de decidir y posteriormente realizar transformaciones al medio en el que habita. Ergo, ha optado por trabajar para lograr cambios en el ámbito que le circunda. 

Esta visión, que apuesta por situar al hombre y su mano de obra como protagonistas en el proceso evolutivo de la humanidad resulta -como ya hemos enunciado previamente- antagónica a la sostenida por Rousseau y su constante lamentación por el hecho de que el hombre haya  abandonado el puro y virginal estado de naturaleza para vivir en una sociedad que, regida por el racionalismo y la búsqueda del progreso constante, termina permitiendo lo que él considera una atadura opresiva para la humanidad: el gobierno civil.

En definitiva­­: mientras que en una primera instancia el trabajo del hombre le permitió a éste saciar, por ejemplo, la necesidad básica de procurarse el alimento; andado el tiempo se hace inminente la aparición del deseo humano de vivir cada vez mejor, que ensancha exponencialmente el tamaño de las necesidades y expectativas de un hombre que, paulatinamente, se apasionará por el conocimiento de la ciencia y de las artes, que inventará utensilios que le faciliten las labores diarias, que perfeccionará mecanismos de intercambio comercial, entre otras innovaciones que irán surgiendo en el camino. La historia del hombre como ente creativo -mediante el esfuerzo intelectual y físico-, da cuenta de cómo el trabajo del individuo se erige en elemento central para entender el progreso humano, al menos en el campo material.

El trabajo y el valor de las cosas

De igual forma, este autor británico introducirá una teoría sobre cómo el trabajo dota de un valor real a las cosas: en su criterio poco o nada pueden valer mil hectáreas de tierra si son sólo eso, un montón de materia orgánica desierta y sin cultivar; indicando además que es posible juzgar la valía de este tipo de bienes naturales sólo cuando el hombre se ha dado a la tarea de transformarlos en algo que le pueda ser provechoso al género humano.

(…) Es, por tanto, el trabajo el que proporciona a la tierra la mayor parte de su valor, y sin él apenas tendría valor, es al esfuerzo al que le debemos la parte máxima de todos sus frutos útiles (…) (Ibídem, p. 64) 

Ahora bien, si un hombre es capaz de hacer estas grandes transformaciones con el sudor de su frente: ¿Conduce esto a una carrera desenfrenada en la que éste tiene carta abierta para apropiarse de todo cuanto vea a su paso?. La respuesta en este caso es negativa, en tanto que para Locke –como hemos dicho previamente- el acto de apropiación constituye un medio para que el hombre logre procurarse la supervivencia y no un mecanismo destinado a la acumulación indefinida per sé. 

De hecho, para el británico la pregunta anterior rayaría en lo ilógico, puesto que en la práctica es virtualmente imposible que un solo hombre pueda trabajar –y por tanto apropiarse- de miles y miles de hectáreas de tierra fértil. Solamente podría lograrlo si esclaviza a otros hombres para ello (cosa que atentaría contra la máxima que reza que el hombre es libre desde que nace) o bien si, mediante un convenio, otros hombres deciden trabajar para él por algún tipo de remuneración. Esto último si es lícito desde el punto de vista del pensamiento liberal, al tratarse de una decisión eminentemente personal de quien decide vender su mano de obra. Las relaciones contractuales entre un hombre que presta su fuerza de trabajo por dinero y otro que la paga serán a posteriori el leitmotiv del pensamiento Marxista, donde el análisis estará centrado en la propiedad de los medios de producción y en la relación de desigualdad existente entre una clase explotadora y  otra de explotados.  

La naturaleza delimitó bien la medida de la propiedad acomodándola a lo que alcanzan el esfuerzo de un hombre y las necesidades de la vida. Mediante su propio trabajo ningún hombre era capaz de cultivar y apropiarse de toda la tierra y solamente podía consumir por sí mismo una mínima parte de sus frutos (…) (Ibídem, pp. 56-57)    

Pero, volviendo al razonamiento de Locke: ¿Entonces, hasta qué punto es válido que el hombre vaya por la vida apropiándose de frutos, animales o extensiones de tierra?. El argumento es -entendiendo que un hombre solo puede trabajar una extensión limitada de tierra- que el individuo  debe poseer estrictamente los alimentos que pueda almacenar sin que éstos se descompongan. Es decir, si un hombre se apropia de tal cantidad de comida que le es imposible consumirla, a tal punto que una parte de ella se pudre, estaría incurriendo en algo que además de ser ilógico, representa una afrenta contra la bondad que tuvo Dios al momento de proveerle la tierra para el cultivo. Idéntico razonamiento se aplica a los peces que se extraen del mar o a los conejos que se cazan en el bosque, puesto que todo alimento tiende a descomponerse al pasar un determinado período de tiempo. 


A propósito de esto último es interesante el abordaje que hace Locke de la aparición del oro, los metales preciosos y los diamantes como objetos sujetos al intercambio, puesto que este conjunto de cosas permitieron, por una parte, dotar de un valor –convenido mutualmente entre los hombres- a los proventos del labrado, la recolección silvestre o la caza, y por la otra posibilita al hombre para despojarse de los bienes que no necesite antes de que estos se descompongan.  

Del mismo modo que los diferentes grados de la laboriosidad dependían las porciones de productos adquiridos, el invento del dinero dio oportunidad a los hombres de continuar adquiriendo y aumentando sus apropiaciones. (Ibídem, p. 68)  

Con la entrada en escena de la moneda y los metales y piedras preciosas como objetos de intercambio en las sociedades, el hombre estará así en capacidad de despojarse de los excedentes de alimentos que produzca su trabajo a cambio de cierta cantidad de dinero, dinero que luego éste puede canjear por otro tipo de bienes materiales que requiera para mejorar sus condiciones de vida. 

Nehomar Adolfo Hernández
  

Referencias bibliográficas

-Locke, J. (1987). Ensayo sobre el gobierno civil. Madrid: Ediciones y Distribuciones Alba.
-Rousseau, J.J. (1973). Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres / El Contrato Social. Barcelona: Ediciones Orbis

*Ensayo realizado originalmente para la asignatura "Teoría Política" impartida por la Profesora Colette Capriles en la Maestría en Ciencia Política de la Universidad Simón Bolívar, Caracas -Venezuela